En el mes de marzo, la ciudad de Ibagué le muestra al país musical, especialmente al de la zona andina, cómo es posible concitar a cientos de personas en torno a los aires autóctonos, gracias a la tarea infatigable de la “Fundación Musical de Colombia”,

Es posible que al momento de la publicación del presente artículo ya la chimenea de la Capilla Sixtina haya inundado de humo blanco los alrededores y una voz solemne haya pronunciado las palabras mágicas:

Perdió la última batalla, aquella de la cual ningún mortal sale airoso, pero como el mejor de los guerreros, luchó hasta el último segundo y regresó a su patria para recibir el llanto, como el canto de despedida de los humildes que vieron en él al mesías que les prodigó confianza en la vida y algunos servicios y bienes materiales que redimieron su condición de desamparo.

El 16 de noviembre de 1980, el filosofo francés Luis Althusser, daba muerte a su inseparable compañera Hèlene, con quien había vivido por más de treinta años.

La noticia golpeó a los mil doscientos millones de creyentes del catolicismo en el mundo. Muchos creían que estaban ante una inocentada en tiempos de seriedad, pero poco a poco fueron adaptándose a la terrible verdad.

Uno de los factores preponderantes que incide en el desarrollo de un país es la calidad y la cantidad de la investigación que se adelante y,lógicamente, esta depende en gran medida de la inversión que se haga y la conciencia de gobernantes, académicos e industriales de considerar que todo aquello que se da para esta actividad.

La próxima semana se realizarán en Ibagué dos actividades que tienen que ver con manifestaciones audiovisuales: la Muestra Internacional Documental en su décima cuarta versión y el inicio del Diplomado en Guión y Dirección de Cine Latinoamericano, en la Universidad del Tolima.

Con esta frase Robert Ripley se hizo famoso a comienzos del siglo XX e instauró un estilo periodístico singular, pues se dedicó a encontrar “historias extrañas e inusuales”, viajando por todas partes del mundo.

Jamás olvidaré el estremecimiento que me suscitó la lectura de los versos de “Los heraldos negros”, de un poeta peruano que, con el tiempo se convirtió en uno de los bardos latinoamericanos más leído y ponderado.

Lo conocí hace más de cuarenta años, cuando ya era un disciplinado atleta que hacía parte del grupo de entusiastas deportistas que se preparaban para representar al Tolima en los Novenos Juegos.