Sin elegibilidad política no hay paz

Claudia López

El resentimiento de la mayoría de colombianos contra las Farc es justificado: están acusados, entre muchos delitos, de 238 masacres, casi un tercio de los casi 40 mil secuestros y por lo menos de dos mil homicidios.

Comprensiblemente, muchos exigen largas penas de cárcel y pérdida definitiva de derechos políticos. Pero el almendrón de la paz con las guerrillas consiste en que renuncien a esa violencia a cambio de garantías para hacer política. Sin elegibilidad política, no hubo antes paz acordada con ninguna guerrilla ni hoy sería posible con las Farc.

En los siete procesos de paz previos con guerrillas se dieron dos curules directas en la Constituyente o el Senado, o vocerías sin voto. De manera que 2 o 3 curules para las Farc en el Senado a cambio de su desarme no sería inédito.

Hoy la Constitución y compromisos internacionales impiden amnistiar a responsables de delitos de lesa humanidad, como lo serían los comandantes de las Farc. Por eso se acordó un sistema de Justicia Transicional que juzgue a esos responsables con estándares de verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición.

Eso implica que los líderes que condujeron a las Farc en la guerra son los que tendrán mayores limitaciones para liderarlas inmediatamente en la política. Sin embargo, pedir a las Farc que arranquen su vida política con el lastre merecido del resentimiento y además sin sus líderes es condenarlas a ellas y a la paz al fracaso.

El reto es encontrar alternativas que garanticen los derechos a las víctimas a la Justicia y la viabilidad política a las Farc. Se me ocurren dos: o se posibilita a los desmovilizados con delitos de lesa humanidad cumplir la pena impuesta por la Justicia de manera simultánea al ejercicio político; o ellos pagan su pena y otros delegados de las Farc, sin crímenes contra la humanidad, asumen la representación política acordada. Propuestas absurdas, como darles curules a los comandantes para que vengan de Cuba al Congreso sin responder a la Justicia y las víctimas son inviables.

Hacer compatible elegibilidad política, justicia transicional y reconciliación es el punto más difícil de los pendientes en La Habana. Necesitamos soluciones sensatas. De ello depende que, cuando la historia nos juzgue, reconozca que pudimos ponerle fin a la guerra, cumpliéndole a sus víctimas y a los colombianos, no solamente a las Farc. Y que pasamos la página del dolor y la polarización y escribimos la de la esperanza y la reconciliación.

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