Unasur: porque otras relaciones son posibles

Rodrigo López Oviedo

Una clara evidencia de que el mundo ha venido cambiando la dio la Unión de Naciones Suramericanas –Unasur- el pasado fin de semana al aprobar una resolución en la que le reclama al presidente Barack Obama la derogatoria de un decreto expedido por su Gobierno, en el que declaró a su país en “situación de emergencia nacional” ante el “riesgo extraordinario” que Venezuela representa para la seguridad de Estados Unidos.

El decreto en sí mismo es un exabrupto. Ningún país del tercer mundo puede ser visto como una amenaza real para el coloso del norte. Sin embargo, eso no es lo importante. Lo importante es que en la época en que Latinoamérica estaba minada de gobiernos lacayos, tal decreto no solo hubiera producido aplausos, sino que habría sido ratificado en los diferentes organismos continentales y convertido en motivo de sanciones adicionales a las que pudiera tomar el Imperio.

Por fortuna, esa ya no es esta época. El ascenso de Fidel Castro al poder inauguró una nueva, en la cual el líder cubano sembró la primera semilla. Y aunque su germinación duró algunos cuantos años, al reventar lo hizo con una fuerza tal que ya comenzamos a ver sus frutos. Farabundistas en el Salvador, sandinistas en Nicaragua, tupamaros en Uruguay, chavistas en Venezuela, correístas en Ecuador, kirchneristas en Argentina, evomoralistas en Bolivia y lulistas en el Brasil son claros ejemplos de cómo se ha roto esa vergonzosa historia de sumisión a los dictados de Estados Unidos que con tanta abyección practicaban nuestras oligarquías.

Esa sumisión abyecta es la que permitió que durante tantos años solo hubiera una voz cantante en el continente, la de Estados Unidos; que nuestros pueblos no pudieran gozar de una libre autodeterminación de sus destinos; que nuestras voces solo pudieran escucharse si coincidían con las que llegaban del norte; que nuestras políticas estuvieran previamente sometidas al tamiz injerencista y, en últimas, que nos dejáramos tratar como burros de carga, útiles tan solo en cuanto pudiéramos acrecentar los capitales del Imperio.

Por fortuna, tan nefasta radiografía viene cambiando. Pero por desgracia… no para Colombia. Si bien nuestra cancillería votó afirmativamente la declaración de Unasur, ello no significa que la política exterior esté cambiando de signo. Significa, simplemente, no querer repetir una historia pasada que nos hizo merecer el nada satisfactorio alias de “Caín de Suramérica”. Porque, por lo demás, seguimos igual de sometidos, y con el deseo de hacer mayor ese sometimiento, como lo demuestra el deseo de nuestras oligarquías de afiliarnos a la Ocde. Contra esto debemos seguirnos movilizando. Y contra esto también serán las concentraciones de este 9 de abril.

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