Los fuegos deben cesar

Rodrigo López Oviedo

Al expresidente Álvaro Uribe Vélez le dio ahora por reclamarle ética y moral al proceso de paz. Declamar acerca de la moral y la ética será siempre bien visto, sobre todo en un país que ya olvidó el nacimiento del paramilitarismo en el lecho de las Convivir, las falsas desmovilizaciones, el financiamiento y respaldo non sanctus a las campañas y cargos de ciertos “buenos muchachos”, los falsos positivos, el cambio de “un articulito” y la intención de volverlo a cambiar, todo camuflado tras una carita angelical, y hecho con el propósito supuesto de la paz, pero escondiendo el verdadero de perpetuar la guerra.

Uribe parenta olvidar que las partes convinieron desarrollar los diálogos en medio de la guerra y que a la guerra la caracteriza el empleo de tácticas tales como el espionaje, la distracción, la confusión y el engaño al enemigo, a través de las cuales se busca inducirlo al error para mermarle efectivos y dominio territorial.

Por supuesto que tales tácticas nada tienen que ver con la ética ni la moral, pero se seguirán usando mientras haya guerra. La única forma de evitarlo es suspendiendo fuegos de forma bilateral, pero, curiosamente, el mayor enemigo de que el Gobierno los suspenda es este nuevo cruzado de la moral y de la ética.

¿Qué es lo que esconde Uribe con llamados tan propios de un buen caballero? Pues seguir obstaculizando el movimiento de la rueda de la paz, no importa la calidad de los palos que haya que ponerle.

Si queremos que brille la paz, Uribe y algunos de sus amigos deben ir a los cuarteles de invierno, sin importar qué tan cómodos puedan quedar en ellos, con tal que podamos ponerle fin al conflicto social y armado mediante una solución política.

Pero no es una tarea fácil. El gesto de grandeza encarnado en la tregua unilateral en que venían las Farc desde el pasado 20 de diciembre no fue comprendido por el presidente Santos, y a la primera oportunidad cedió a la tentación de suspender los bombardeos que a su turno había declarado unos meses después. La consecuencia no ha podido ser más deplorable: un nuevo reguero de cadáveres de ambos lados y retrocedidos a cero los pocos logros alcanzados en desescalamiento del conflicto.

Pero el país de la paz sabe que está en dura confrontación con el país de la guerra, como sabe también que está acompañado por importantes organizaciones y personalidades internacionales que sufren nuestros males como si fueran los suyos y que ayudan a que los remediemos. Agradecidos ante tanta solidaridad, seguiremos luchando en procura de la paz con justicia social.

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