Tácticas para la paz

Rodrigo López Oviedo

Pese a la incredulidad que gira en torno a casi todo lo que se llame encuestas, los resultados recurrentemente negativos que en particular arrojan las relacionadas con la aceptación del proceso de diálogos de La Habana son motivo de preocupación entre los amigos de la paz. De ser ciertas tales mediciones, al país parecería no importarle tener que vivir otros cincuenta años más de conflicto, ni que se quedaran sin aplicación las soluciones encontradas a los problemas de la agenda de discusión.

Obviamente que la incredulidad parte del hecho de que esas mediciones, en su mayoría, son el reflejo de lo que se piensa en ciudades que no han sido afectadas gravemente por el conflicto. De seguro que otro sería el cantar si los datos se tomaran en las llamadas zonas rojas.

Pero además ayuda a que no se crea en tales resultados la manera como son interpretados. Así, por ejemplo, si la mayoría dice no creer que el proceso pueda llevarnos a la paz, este resultado se presenta como si tal mayoría no estuviera de acuerdo con el proceso. Algunos pensarán que esta interpretación es válida, pues nadie puede estar de acuerdo con algo que cree que terminará en fracaso. Sin embargo, hay en ello un error: el error de pensar que el creer y el querer deben ir por los mismos caminos, lo cual equivale a negar la conveniencia del esfuerzo que demanda cualquier proyecto que presente algún viso de utopía.

Pero a lo que queremos referirnos más específicamente es a la preocupación que generan esos resultados negativos. Preocupación porque, si bien pueden estar sustentados en mediciones poco fiables o interpretaciones amañadas, no dejan de tener un efecto dañino sobre una opinión pública que está llamada a cumplir un papel decisivo al momento de la refrendación de los acuerdos, evento este sobre el cual se van haciendo cada vez más ciertas las posibilidades de realización, independientemente de que se haga a través de un referendo, de una asamblea nacional constituyente o de un congresito.

Siendo que el país necesita exorcizar ese espíritu violento que le impuso la oligarquía para mantener sus privilegios, conocer verdaderamente lo que ocurre en La Habana y de lo que de allí sale se convierte en una necesidad de indispensable satisfacción, ya que de otra forma no le va a quedar fácil superar los distractores representados en esas mediciones y, en general, en toda la basura desinformativa de los grandes medios. Esa es la tarea del ahora que tiene el pensamiento democrático; pero solo podrá cumplirla a través de la unidad más sincera y firme y la movilización más resuelta.

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