¿Estamos en crisis?

Rodrigo López Oviedo

Un concepto que cuenta con mucha aceptación en los círculos de izquierda es que el capitalismo está en crisis. Con tal afirmación no quiere decirse que haya una superproducción de mercancías que lleve a la caída de los precios o que obligue a la destrucción de inventarios o al cierre de puestos de trabajo, que es lo que suelen presentar los más entendidos como “crisis cíclicas del capitalismo”. No, lo que usualmente quiere decirse es que el capitalismo está al borde del colapso total, debiendo esperarse como consecuencia, y para bien pronto, el trastrocamiento total de esa forma de organización social y el surgimiento sobre sus cenizas de un nuevo tipo de sociedad en la que no quedará algún vestigio de explotación del trabajo ajeno.

También es de gran aceptación la creencia en la crisis del modelo neoliberal, caracterizada por su supuesta “incapacidad” de dar solución a los múltiples problemas de la sociedad. Es como si alguna vez los defensores de este modelo económico se hubieran propuesto remediar esos problemas.

Antes que resolverlos, lo que buscan los capitalistas de todos los pelambres es incrementar la tasa de ganancias. Hasta dónde han salido airosos en este propósito lo dicen, por ejemplo, las escandalosas utilidades de los sectores más agresivos del capital, que vienen creciendo a ritmos más acelerados que el empobrecimiento de la población.

Son notorios los avances neoliberales en cuanto a sus objetivos de privatizar los grandes activos de la Nación, de abrir fronteras para el comercio internacional, de liberar de impuestos a las clases dominantes, de reducir las tareas del Estado a las que no puedan ser asumidas por los particulares y de dejar al sector privado las que puedan convertirse en objeto de lucro. Lo peor es que estos progresos económicos también se manifiestan en triunfos electorales, no obstante la regresión, casi que a ceros, de los meritorios logros que habían alcanzado los trabajadores en el mundo occidental cuando la emulación con el socialismo llevaba a que sus reivindicaciones fueran atendidas por los patronos con menos soberbia y egoísmo que los de hoy.

Por esa razón, bien vale la pena revisar este concepto de crisis, pues no por estarlo repitiendo desde hace 50 años, ni estar dispuestos a repetirlo por 50 más, se puede esperar que se haga verdad. Solo la aparición de circunstancias que hagan imposible que las clases dominantes sigan manejando las riendas de la sociedad como hasta hoy las han manejado podría justificar que habláramos de crisis en el sentido de hecatombe, siempre y cuando las mismas circunstancias puedan ser aprovechadas por el pueblo para impedir seguir siendo gobernado como lo ha sido.

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