Una reforma laboral al tamaño de ciertos intereses

Rodrigo López Oviedo

Flexibilización laboral es un concepto que mágicamente se ha ganado el corazón de las oligarquías, pues significa nada menos que dejar sin piso las conquistas que con duras luchas han alcanzado los trabajadores.

De la flexibilización laboral se ha dicho que permite elevar la competitividad, hacer a nuestro país más atractivo a los inversionistas, servir de antídoto al desempleo y darle alas al crecimiento económico.

Estas, por supuesto, son excusas con las que se busca ganar a la opinión pública, sin tener que explicar, por ejemplo, que el crecimiento económico no mejora necesariamente la calidad de vida de la población, ni incrementa el número de puestos de trabajo, pues en muchos casos son más los que se pierden con la nueva inversión que los que se ganan por causa de la misma.

Mediante una reforma laboral, el Congreso del Brasil dejó en manos de los patronos la facultad de regular autónomamente sus relaciones con los trabajadores al permitir que sus nuevas contrataciones laborales puedan darse al margen de las convenciones y leyes precedentes, lo cual implica llevar a la basura las conquistas alcanzadas por los trabajadores a través de sus centenarias luchas.

Sobre la base de tan precario sustento jurídico, los trabajadores que quieran evitar el desempleo o salir de él se verán obligados a aceptar jornadas de trabajo que pueden llegar a ser de hasta 12 horas diarias y 60 semanales, a renunciar a un régimen de despidos que los proteja, a asumir altos costos jurídicos en caso de necesitar apoyo judicial, a ver cómo desaparecen los linderos entre puestos de trabajo misionales y no misionales que puedan dificultar la tercerización, a tolerar la fragmentación de sus períodos de vacaciones hasta en tres partes, y a renunciar tanto a la remuneración por productividad como a la proporción de ganancias de la empresa, entre otros.

Reforma en igual sentido, aunque menos gravosa, ya se había dado en Puerto Rico en enero de este año, y otra, que sería fiel calco de la del Brasil, se está cocinando actualmente en una Argentina que hierve ante los retrocesos laborales en curso.

Las reformas laborales son solo uno de los varios mecanismos de que siempre ha echado mano el sector empresarial, especialmente el de mayor poder económico, que es a la vez el de mayor poder político, en su propósito de abaratar los costos laborales, empujar a las alturas sus desmedidas ganancias y hacer más grande la brecha entre pobres y ricos.

Y mientras tanto, los trabajadores cada vez más divididos, aunque siempre bajo el pregón incesante de que el pueblo unido jamás será vencido.

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