La gloriosa Revolución Socialista de Octubre

Rodrigo López Oviedo

Entre los muchos hechos positivos que estremecieron al siglo XX, el más destacado fue el de la Gran Revolución Socialista de Octubre.

Rusia, que apenas comenzaba a ver el despuntar de las primeras manifestaciones del capitalismo, era por entonces el más atrasado país de Europa, y su población, fundamentalmente campesina y analfabeta, la que menos posibilidades tenía de participar de los banquetes que se servían en la mesa de los zares. Estas condiciones hacían impensable que el socialismo pudiera manifestarse allí, antes que en ningún otro país.

Sin embargo, esa era la patria de Lenin, un estratega marxista de condiciones geniales, capaz de superar las realidades más difíciles y construir una nueva expresión de poder bajo la dirección de obreros, campesinos y soldados, sectores estos que ya venían estableciendo un nuevo tipo de organización, los “soviets”, que, a la manera de concejos, se estaban convirtiendo en movilizadores de la voluntad popular. Hacia ellos dirigió Lenin su célebre consigna “todo el poder a los soviets”, con la que quería orientar a su pueblo hacia la construcción de una real democracia, capaz de ponerlo en un más avanzado peldaño de la historia.

Luego de instaurarse el poder de los soviets, las oligarquías europeas, advertidas de lo que esto podría significar en sus propios países, lanzan 14 ejércitos contra él, al tiempo que la contrarrevolución interior, consciente de lo que estaba perdiendo, crea “ejércitos blancos”, todo con el fin aniquilar ese poder en su cuna.

El poder soviético logró salir victorioso de esas agresiones, pero al precio de quedar en un estado de pobreza extrema, a la que se sumó la embestida fascista, de la cual también salió airosa, pero al costo de 20 millones de sus mejores hijos, que, por defenderla, entregaron su vida en la batalla.

Si hubiera que hacer un inventario sucinto de los mayores aportes de la sociedad soviética al mundo, tendríamos que registrar el haber demostrado la factibilidad de construir el socialismo, el haber liberado a la humanidad de las hordas del fascismo, el haber rescatado el derecho de los pueblos a su autodeterminación y el haber establecido una mejor correlación de fuerzas en la política internacional.

Además, llevó a nuevos niveles el desarrollo científico y tecnológico, erradicó el hambre y el desempleo, eliminó todo tipo de discriminación social y se convirtió en paradigma de la solidaridad con los demás pueblos del mundo.

Es mucho más lo que puede decirse de esta hermosa experiencia. En su centenario, rindamos un homenaje sincero a sus protagonistas, con Lenin a la cabeza, no obstante las defeccionemos posteriores de quienes estaban llamados a honrarla y defenderla.

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