Ambigüedades peligrosas

Rodrigo López Oviedo

De entre las muchas definiciones que ha recibido la palabra “política”, una de las más aceptadas es la que la relaciona con el arte de conducir a los pueblos. Esta tal vez no sea la definición más apropiada, pero sí la que más se acerca a lo que muchos políticos realmente hacen: engañar a los pueblos.

Por supuesto que para que el engaño dé sus frutos, este se debe mimetizar de tal forma que los engañados no lo sientan. Es lo que ocurre cuando un candidato promete, por ejemplo, disminuir los impuestos para que los inversionistas puedan “cumplir con su intención de generar empleo”. ¡Magnífico que lo generen! Pero, ¿no será más bien que su propósito es el de acentuar la explotación a las masas laborales para continuar con su enriquecimiento sin límites, no importa que se acentúe el vergonzoso problema de la inequidad, que nos mantiene fluctuando entre los cuatro primeros puestos en el mundo?

Ocurre también cuando dice que eliminará la anarquía de las consultas populares. Por supuesto que la anarquía es indeseable, y eliminarla es un buen propósito. Sin embargo, ¿será cierto que hay anarquía en ellas? ¿No será más bien que lo que busca es acabarlas o, al menos, hacerlas inútiles para que no lastimen sus intereses o los de sus patrocinadores?

Cuando otro candidato anuncia que atacará prioritariamente los cuatro delitos de supuestamente mayor impacto social (microextorción, microtráfico, microhurto y robo de celulares) lo que realmente quiere ¿no será hacer que olvidemos a Reficar, Odebrecht, el narcotráfico, los paramilitares, etc.?

Y si nos dice querer eliminar la renta presuntiva, ¿no pretenderá darle continuidad al carrusel de las reformas tributarias que le han permitido a nuestra oligarquía, entre otras cosas, eliminar el impuesto a los dividendos y reducir aranceles y demás?

En fin, esta política de engaños da para que haya quien proponga reducir el gasto público. Al elector desinformado debe parecerle deseable tal reducción, pues lo que a diario ve es coimas y peculados, y es preferible que no haya plata a que se la roben. Lo que no le dicen a este cándido colombiano es que la reducción del gasto es una imposición de la banca internacional, mediante la cual busca que se reduzca el déficit fiscal para que se le garantice el reembolso de sus acreencias.

Hasta cuándo seguiremos sometidos a este uso engañoso de la política, es cosa de no saberse. O sí se sabe: hasta tanto no tengamos, de una parte, una democracia en la que solo puedan expresarse, sin ambigüedades, las intenciones reales de los candidatos y, de la otra, un pueblo en condiciones de escoger entre ellas.

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