Lenín, el traidor

Rodrigo López Oviedo

El diccionario de la Real Academia Española, al definir la palabra traición, dice: Falta que se comete alevosamente, faltando a la confianza, fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener. Delito que atenta contra la seguridad, la soberanía, el honor o la independencia del Estado.

Leyendo a personas bien informadas, encontramos que todos esos calificativos parece que hubieran tenido el propósito de definir la personalidad del señor Lenín Moreno, presidente ecuatoriano, a cuyo nombre, por fortuna, se le puso una tilde para diferenciarlo de Lenin, el gran revolucionario ruso, fundador de la Urss.

Luego de haber mostrado las mejores caras a la sombra de Óscar Correa, accedió a la presidencia de su país, desde donde comenzó a mostrar su verdadero rostro, el rostro de un traidor. Dio inicio a sus propósitos retorcidos comenzando por abrir un expediente de falsas evidencias contra Jorge Glas, vicepresidente de su gobierno y del de Rafael Correa, las cuales desencadenaron una acusación y posterior condena de Glas, todo en la perspectiva de impedir su participación en las siguientes elecciones presidenciales.

Este fue solo el comienzo. Para perpetrar lo que vendría después, Moreno requería de un sistema judicial dócil, y qué mejor que comenzar a ablandarlo por la cabeza. Puso por tierra a la Corte Constitucional y extrañó del Consejo Nacional Electoral toda voz divergente al dejarlo conformado exclusivamente con partidarios de sus querencias. Cosa parecida ocurrió con los órganos de control.

El Consejo de participación Ciudadana y Control Social no pudo volver a funcionar y a la Contraloría General del Estado, al igual que a la Superintendencia de Bancos, les cortó toda autonomía al abrogarse la facultad de designar a sus cabezas visibles, desconociendo la norma constitucional que establece que la designación de tales funcionarios sea aprobada por la Asamblea Nacional.

En el ámbito de su política internacional, rompe con Unasur, adhiere al “Cartel de Lima”, y reabre “soberanamente” las puertas de la Base de Manta a los marines norteamericanos, luego de recibir la honrosa visita de Mike Pence, vicepresidente de Estados Unidos.

Con todos los hechos anteriores, que son tan solo muestras de las muchas arbitrariedades cometidas por tan funesto personaje, ¡cómo extrañarnos, entonces, de las tropelías a que está sometiendo también a su mentor, el expresidente Rafael Correa, contra quien hizo aprobar una enmienda constitucional que lo coloca por fuera de toda posibilidad de participar en futuros comicios electorales, además de haberle levantado ignominiosas calumnias que podrían llevarlo a la cárcel!

Curiosamente, aunque no mucho, a ninguno de los hechos anteriores se han referido con suficiencia los grandes medios. ¿Habrían permanecido igual de impávidos si hubieran ocurrido en Venezuela?

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