El bicentenario de la Batalla de Boyacá

Rodrigo López Oviedo

El 7 de agosto de hace 200 años, tropas españolas, comandadas por José María Barreiro, jugaban su última carta, de la cual dependería la suerte de la Corona española en tierras de la Nueva Granada.

Contra tales tropas, otras izaban las banderas independentistas, y lo hacían con un arrojo tal que hacía pasar inadvertido el estado de inferioridad en que se hallaban en cuanto a condiciones de salud de sus hombres y de pertrechos militares, pero convencidas de la justeza de su lucha. Se movían acicateadas por el discurso certero de Simón Bolívar, el más genial político y estratega militar de su tiempo, y por el ejemplo de miles y miles de camaradas que habían preferido sacrificarse en los campos de batalla a seguir sometidos a la férula de España.

La batalla se dirimió a favor de los 2.650 patriotas reunidos en aquella histórica fecha. Emancipados ya del vasallaje virreinal, la suerte parecía echada a favor de la variopinta sociedad entonces liberada, en la que criollos, indígenas, negros, mestizos, mulatos y sambos podrían construir una nueva nacionalidad, abierta a la convivencia en armonía y al disfrute de todas las riquezas materiales y espirituales, cuyo goce hasta entonces era privativo de los derrotados invasores.

Pero una cosa es poder y otra querer hacer real tal posibilidad; y una parte de los criollos no lo quería, como habría de verse en el futuro al que aquella fecha daba paso. Los de más en los bolsillos sometieron a los de más en las miserias, en una suerte de inequidades que hasta hoy no terminan, como lo demuestra el que unas pocas familias estén usufructuando el poder derivado de la riqueza usurpada, a despecho de los intereses de las mayorías, a quienes han dejado un presente de insatisfacciones y un porvenir incierto.

El 7 de agosto de 1819 llegó a su fin una gesta militar que debe ser eternamente recordada, pero de manera muy especial en este 2019 en que se celebra su bicentenario. Esta es una responsabilidad de todos los colombianos, pero muy especialmente de las organizaciones sociales, que deben apoyarse en el saber de historiadores y academias de historia para que la efemérides adquiera su mayor lustre.

Pero también ese 7 de agosto se abrió un paréntesis que reclama ser llenado con realizaciones que nos aproximen al sueño bolivariano de tener una patria con la mayor suma de felicidad para todos sus hijos. Ese es un sueño que hoy solo disfrutan esas pocas familias que se hicieron dueñas del país, y que nos tienen disputando los primeros puestos entre los países con mayor inequidad social.

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