¡Tanta abyección nunca se había visto!

Rodrigo López Oviedo

¡Qué vergüenza! Aún hoy, a 200 años de haberse sellado la gesta independentista emprendida por nuestro pueblo contra la corona española, pervive al frente de nuestro país una casta a la que de nada sirvió ese ejemplo patriótico de nuestros antepasados.

Aún hoy, 200 años después; aún hoy, desde hace 200 años, permanecen de rodillas ante la nueva corona, la del tío Sam, sin olvidar el breve período en el que estos genuflexos compatriotas atendían sumisos la voluntad de Inglaterra.

Pero no me propongo referirme a esa larga historia de desvergüenza que se inició cuando apenas sí se columbraban los primeros aires de soberanía.

El propósito hace referencia a la actualidad y a nuestros más empinados dirigentes políticos que, acompañados por otros de menores alcances, se han dado a la tarea de lograr que la bolivariana República de Venezuela, verdaderamente soberana, pierda ese estatus de independencia que tanto estorba al tío y a sus poderosos conglomerados económicos, como los que posee Trump.

¡Qué vergüenza la que nos producen Duque y sus áulicos! ¡Qué vergüenza la que nos generan Uribe, Pastrana y otros líderes de igual de abyecta condición¡ ¡Qué vergüenza!

Sus últimas acciones dan cuenta de su pésima calaña. No solo se han hecho eco del criminal bloqueo impuesto contra nuestro hermano pueblo, al que, por ejemplo, dejaron de venderle vacunas contra la malaria con el fin de sumarle algo a las ya manifiestas condiciones de angustia creadas por otras medidas imperiales y de la oposición.

También han estado interviniendo en sus asuntos internos, azuzando, por ejemplo, a sus fuerzas militares a que defenestren a Maduro y asuman el poder, reconociendo como Presidente de la República a un adulterino personaje salido de las naguas del imperio y prestándose para que la reacción internacional utilice nuestro territorio para arremeter contra su soberanía, utilizando como caballo de Troya una fementida ayuda humanitaria, a la que no quisieron sumarse los más importantes países del mundo, después de Estados Unidos, y ni siquiera la Cruz Roja Internacional.

Lo peor es que, actuando de esa forma, se pasaron por la faja expresas disposiciones legales y constitucionales que los obligan a un contrario proceder. Particularmente grave la conducta de Duque (cuánta pereza me da llamarlo presidente), a quien le corresponde vigilar la inmunidad de nuestras fronteras a plagas exteriores, respetar los principios internacionales de coexistencia pacífica, especialmente el de la no intervención en los asuntos internos de otros Estados, y hacer de la integración latinoamericana el norte de su política internacional.

Desgraciadamente no contamos con autoridades dispuestas a defender, al menos, las normas anotadas. A una abyección se suma otra.

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