A propósito de elecciones

Rodrigo López Oviedo

El derrumbe del socialismo en la Europa oriental significó para muchos el fin de una ilusión, la de creer que, al menos en la Unión Soviética, el hombre había logrado ya superar la etapa de “dictadura del proletariado” y comenzaba la instauración del “Estado de todo el pueblo”, según lo señalaba la Carta Magna de la URSS, que había entrado en vigencia en 1977.

Pero ese acabose de la ilusión, agravado con el retorno al capitalismo que supuestamente había comenzado a trasegar el socialismo chino, significó también que muchos militantes revolucionarios se abandonaran a la abstinencia política, o mimetizaran su naciente desesperanza ingresando a otras toldas, supuestamente revolucionarias también, pero sin los lastres que llevaron al naufragio el sueño socialista que encarnaban la URSS y otros Estados de la Europa oriental.

Las organizaciones partidarias a las que ingresaban los huidizos que más se resistían a abandonar sus nostalgias revolucionarias eran presentadas por estos como más democráticas y revolucionarias, al igual que menos dogmáticas y autoritarias. Con estos calificativos pretendían hacerlas ver más atractivas, pero también más defendibles de las críticas que pudieran venir de quienes aún se encontraban asidos a un buque que ya había hecho agua.

No se trataba, por cierto, de toldas nuevas. Algunas de ellas eran viejas toldas que habían cambiado de denominación con el fin de ocultar pecados del pasado y dar la impresión de estar pertrechadas de nuevos arsenales ideológicos con los cuales asumir, con menores riesgos de desvíos posteriores, las complejas tareas derivadas de la construcción del socialismo.

Lamentablemente, muchas de esas organizaciones pervivían, como ocurre hoy, gracias al embrujo cautivador de uno que otro dólar girado desde Washington, en pago a la tarea de sembrar confusión política entre la población.

Obviamente no todas se orientaban, ni se orientan hoy, a tan perversos fines. También las había, y las hay, honestamente comprometidas con las transformaciones sociales implícitas en sus discursos, aunque muchas veces lastradas por un sectarismo derivado del creerse dueñas de la verdad revelada. La consecuencia de esta actitud es que la organización que la padece cree merecer que se le reconozcan posiciones de vanguardia en las luchas sociales, lo cual debe traducirse en prerrogativas especiales.

De este corte son las organizaciones que en todo momento están exigiendo los más altos cargos en todas las instancias de dirección, la mayor proporción en las prerrogativas de que puedan ser objeto, los primeros lugares en las listas para cualquier elección, entre otras muchas otras arandelas que el movimiento popular conoce, y que ojalá no se manifiesten en el movimiento alternativo que busca presentar listas en el debate electoral de este año.

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