La paz que no fue

Rodrigo López Oviedo

Cada vez es más claro que la amenaza de hacer trizas los acuerdos de paz es todo un propósito inclaudicable de los sectores que han encontrado en la violencia un burladero a la justicia y un mecanismo para consolidar su propiedad sobre las tierras usurpadas a los campesinos, y sobre otros bienes y derechos, como los electorales, por ejemplo, adquiridos de manera inconfesable.

Desgraciadamente, los colombianos no hemos hecho frente a tan perversos designios con la entereza que ellos demandan; y esa pasividad lo que nos está dejando es el cadáver diario de dos o tres líderes sociales y de uno que otro exguerrillero… la eternidad en las prisiones de cientos de insurrectos que desde hace 30 meses deberían estar amnistiados o indultados… la obediente actitud de un Congreso reacio a convertir en leyes los Acuerdos de Paz o dispuesto a transformarlos en caricatura… la interpretación arbitraria de las pocas normas que han sido aprobadas… y transformada en frustración la esperanza que nos vino de La Habana.

El caso de Santrich sirve de ejemplo. Desde el momento mismo en que la JEP se abocó a investigar lo referente a la fecha de los hechos que dieron lugar a la solicitud de extradición del dirigente fariano, esta Jurisdicción Especial comenzó a recibir presiones para que diera por demostrada su ocurrencia con posterioridad a los Acuerdos. Pese a ello, este Organismo no resignó su deber ante las presiones, falló como no probada la causal que originó la demanda y acogió la petición de la defensa de no autorizar la extradición.

Lo que vino después corroboró la intención de trizas. A Santrich no se le concedió la libertad con la premura dispuesta en la sentencia, y sus defensores se vieron obligados a ejercer el derecho de hábeas corpus, camino por cual obtuvieron resultados también favorables al detenido.

No obstante, esta nueva decisión, las autoridades carcelarias, cómplices de la derecha, se dieron sus mañas para alargar el procedimiento de libertad hasta cuando una nueva demanda, formulada por los mismos hechos, surtiera sus trámites de admisión y diera lugar a la revocatoria de la orden de libertad. Así se hizo mofa de las decisiones de la JEP y de un juez de la República y se le asestó un nuevo y certero golpe a la paz, evidenciando que hacerla trizas les está resultando demasiado fácil a sus enemigos. Y nosotros ahí, como si nada, continuando en caída libre por los despeñaderos de la violencia, aunque anhelantes de que otros nos devuelvan la esperanza de paz, dado que ya perdimos la que de La Habana nos vino. Y así, ¿hasta cuándo?

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