Marcha carnaval

Rodrigo López Oviedo

Sencillamente extraordinaria fue la participación de la ciudadanía ibaguereña en la undécima versión de la Marcha Carnaval, a través de la cual reclamó respeto por el medio ambiente, tomó partido a favor del agua, no del oro, rechazó el fracking y la presencia de las transnacionales minero energéticas y de los hidrocarburos y, tangencialmente, señaló el carácter depredador de la guerra, en particular la que desarrolla el imperio norteamericano contra los países que no comulgan con su concepto de Estado y de democracia o que poseen reservas importantes de riquezas que son de su interés, como las que tiene Venezuela en el subsuelo. Por eso, uno de los pasacalles más vistosos del evento decía: “La guerra imperialista es depredadora. ¡Viva Venezuela, pacífica y soberana!”

Asistieron más de 50 mil personas, aunque hay quienes dicen que cerca de 100 mil. Pero no importa la cifra; cualquiera que haya sido, la marcha fue una apoteosis de principio a fin; a ello contribuyó el número, pero también el derroche de entusiasmo, alegría, color, música, creatividad y, sobre todo, el convencimiento de que la movilización representaba el empeño de una ciudadanía dispuesta a impedir la comercialización, deterioro y muerte de nuestro escenario vital.

Los organizadores deben estar cargados de júbilo. No solo han logrado que cada marcha sea mejor que la anterior, sino que su ejemplo ha servido de estímulo para que en muchas otras regiones se programen eventos similares. La Marcha Carnaval ya es celebrada en cerca de 100 municipios y 20 capitales de departamento, número que debe seguir creciendo ante las necesidad que crean ciertas decisiones estatales, contrarias al querer de la ciudadanía, pero favorables al gran capital.

Por supuesto, que hay cosas para corregir, que de seguro lo serán en futuras versiones. Una de ellas, el desconocimiento que sus promotores parecen tener de la naturaleza política de la lucha medioambiental. Esta lucha concita intereses antagónicos cuya solución solo es posible lograrla mediante medidas políticas: los intereses de las comunidades, que requieren del territorio como escenario imprescindible para la vida, y los intereses de las empresas minero energéticas, cuya orientación al lucro constituye un propósito per se, no importa que para lograrlo y acrecentarlo tengan que dejar convertido en cloacas el mismo territorio.

Pero también es política la defensa del medio ambiente porque el resultado a que dé lugar dependerá de decisiones gubernamentales, legislativas, judiciales y/o jurisdiccionales, de cuya condición política nadie puede dudar. Ojalá que esa naturaleza política, que no partidista, de la lucha medioambiental logre abrirse campo en la conciencia de los organizadores, con lo cual se ampliarían las posibilidades de mayor participación y éxito de estas marchas.

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