La paz de los sepulcros y de las cadenas

Rodrigo López Oviedo

En vida de las Farc-Ep, algunos sectores de izquierda habían visto en ellas la causa, cuando no la culpa, de buena parte de sus frustraciones. Su escaso patrimonio electoral, por ejemplo, lo relacionaban correctamente con la guerra sucia y el carácter antidemocrático del sistema eleccionario existente, pero también con la existencia de esas guerrillas, que al plantearse objetivos parecidos a los suyos, llevaban al electorado a la confusión y, peor aún, a que los cargaran con el sambenito de ser su brazo armado. Según tales interpretaciones, el resultado de tamaña confusión era el bajo caudal electoral y la poca acogida de las propuestas de izquierda entre las masas.

El reciente caso de Iván Márquez, Jesús Santrich, el Paisa, Romaña, el Zarco Aldinéver y un número indeterminado aún de más exguerrilleros que resolvieron quitarse el prefijo ex ha dado para que se reediten interpretaciones de ese tipo. Ahora resulta que lo que hicieron estos comandantes fue darle con el balde al proceso de paz y alentar las posiciones de sus enemigos para que sigan ganando terreno en los propósitos de hacer trizas los Acuerdos y, de paso, fortalecer sus feudos para las elecciones de este 27 de octubre.

Sin embargo, el Manifiesto que Iván Márquez le leyó al país desde las tierras del Inírida dejó claro que el propósito de la decisión tomada por su grupo no era el de destruir la paz, ¿cuál paz?, sino recuperarla de la traición a que está siendo sometida, como lo evidencian, por ejemplo, el grueso número de indultables que todavía purgan penas en las cárceles del país y, sobre todo, las no menos de 700 tumbas de exguerrilleros y luchadores sociales que han sido asesinados después de la firma definitiva de los Acuerdos.

La paz que Márquez supuestamente pateó no es la que se firmó en La Habana. La paz que Márquez pateó es la paz de los sepulcros y de las cadenas. Es la paz que Santos dejó expósita en manos de sus enemigos y es la paz contra la que se levantan los nuevamente guerrilleros, porque esa no es la paz que hay que defender.

Es apenas la paz de Timochenko y unos cuantos equivocados más, que ojalá puedan derivar de ella alguno que otro beneficio para las masas -por las cuales, hasta hace muy poco, tenían comprometidos sus esfuerzos y su vida-, mientras se impone la otra paz, la que está por construirse, la paz de la verdad a la que Uribe tanto teme, la paz de la justicia, de la reparación y de la no repetición; la paz estable y duradera.

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