Paro y cacerolas

Rodrigo López Oviedo

El paro del 21 de noviembre y los cacerolazos del 21 y 22 constituyen un verdadero plebiscito contra las políticas neoliberales de la oligarquía y de rechazo al genocidio que hoy se comete contra exguerrilleros y líderes sociales.

Lamentablemente, hay quienes se oponen a la paz en Colombia, y no desaprovechan ocasión para hacerse sentir, tal como lo hicieron en las más importantes ciudades del país al finalizar estas jornadas.

A propósito, ¿esa coincidencia en los momentos de actuar no será indicativa de que algún cerebro gris estuvo coordinando a los amaestrados cabecillas locales que estaban encargados de orientar a todavía imberbes aprendices de terrorismo para que, encapuchados, irrumpieran con violencia en las concentraciones y marchas, y redujeran su efecto reivindicativo provocando la desbandada de los participantes?

Por supuesto, que entre los violentos hay personas de buena fe que creen acertada la táctica que utilizan, así no eleve el grado de conciencia de la población ni contribuya a fortalecer sus organizaciones, que es lo mínimo que debe buscarse con este tipo de acciones de masas.

Lo cierto es que, ingenuamente, están contribuyendo a que las protestas pierdan significación, pues dan la oportunidad a que se consume la represión oficial y a que los grandes medios evadan su obligación de informar sobre lo fundamental y, a cambio, atiborren el cerebro de la ciudadanía con imágenes de tal dramatismo que terminan ocasionando el rechazo a nuevas jornadas.

Estos efectos son los que generan la sospecha, confirmada al parecer en algunos casos, de que muchos de los violentos son personajes infiltrados por los enemigos de las reivindicaciones populares, incluidos destacados funcionarios de los organismos de seguridad del Estado.

Y si bien, como hemos dicho, no se descarta que haya violentos de buena fe, que consideran acertadas sus controvertibles acciones, estas solo pueden merecer nuestro rechazo, pues, además, van en contravía de las orientaciones trazadas por los dirigentes de las protestas, lo cual representa un rompimiento con el principio de la unidad, del cual se ha dicho que es principio de victoria.

Tal vez no sobre decir que la violencia que anarquiza nunca es buena consejera, y menos cuando se buscan transformaciones de radical beneficio social, o se rechazan reformas que hayan generado o puedan generar desmejoras en la calidad de vida de la población.

No puedo terminar sin lamentar la derrota electoral del Frente Amplio en Uruguay. Ella representa el retorno del neoliberalismo al poder, la regresión en importantes avances logrados en los últimos años y, seguramente, la continuidad de Almagro al frente de la OEA.

Vendrán tiempos difíciles para nuestro hermano pueblo y nuevos atentados contra la soberanía latinoamericana.

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