El uribismo, vivito y coleando

Luego de la euforia del mundial, vale la pena examinar el horizonte político que nos espera. El uribismo perdió, pero ganó. El santismo ganó, pero perdió. La polarización sigue y la pelea será a muerte.

La mitad del país respiró tranquilo con el triunfo de Santos. No se quedó cruzada de brazos viendo el regreso del uribismo al poder, pero para eso tuvo que cerrar los ojos frente a la corrupción de los ganadores. Todo para atajar a Zuluaga y no dejar caer el proceso de paz. No fue un dilema ético menor.

En cualquier caso, lo que estuvo en juego no fue solo el fin del conflicto. También, la posibilidad de defender en Colombia prácticamente todos los avances democráticos desde la reforma protestante de Lutero: la libertad de conciencia; el derecho a la vida -véanse los falsos positivos-; el derecho a la intimidad, vulnerada por las “chuzadas”; la separación entre iglesia y Estado-Zuluaga recibió los resultados de la primera vuelta en la Misión Carismática Internacional- y el derecho a la igualdad y a no ser discriminado.

Que nadie se llame a engaños: Santos es lo que es. Sin embargo, creo que no exagero cuando digo que el desprecio de Uribe y su gente por sus contradictores, por la razón y por las reglas de juego, así como su afirmación del instinto, la fuerza y la voluntad, sólo tiene un nombre en los libros de historia: fascismo.

Así lo entendieron los aliados en la II Guerra Mundial y los españoles republicanos en la guerra civil. Gente de todas las ideologías se puso de acuerdo para enfrentar a Hitler y a Franco y, sobretodo, a lo que ellos representaban.

En momentos así, las elecciones no son sobre nuestras propias preferencias políticas, sino sobre la defensa de la democracia, es decir, la posibilidad de creer en ellas y defenderlas. El país acertó votando contra Uribe.

Sin embargo, el riesgo sigue vivo. Desde luego, el uribismo tiene derecho a hacer política, pero tendrá que demostrar que su oposición no busca desmontar los avances de la modernidad, tal como lo hizo en sus ocho años de gobierno.

Credito
CARLOS LOZANO ACOSTA

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