¿Debe Bogotá seguir siendo la capital de Colombia?

Manuel José Álvarez Didyme

Si por razones económicas se viene hablando de la necesidad de una pronta modificación del valor del “Peso” que como unidad monetaria y de antaño viene sirviéndonos como medio de cambio, suprimiéndole tres ceros a la derecha para frenar su efecto inercial sobre la inflación, ¿por qué no pensar además, en otro cambio de mayor utilidad y significación económica?
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La sustitución de la mediterránea capital de la República, sede principal de las Ramas del Poder Público y asiento de la mayor parte de la industria nacional, por otra u otras ciudades que ofrezcan mejores condiciones, tanto al desarrollo empresarial exportador, como al desenvolvimiento político debido a su mayor cercanía espiritual con lo que, de tiempo atrás se ha llamado y se conoce como “el país nacional”.

Porque Bogotá, con su irracional ubicación en pleno centro geográfico de Colombia, distante de los principales puertos; afectada por una desproporcionada “macrocefalia” poblacional, y con las gravísimas falencias de movilidad interna que tiene, dificulta de manera superlativa la actividad exportadora nacional conformada hoy en su mayoría por petróleo, minerales no procesados y algunos frutos del agro, incluido el café, o sea, añadiéndole, al de por sí dificultoso comercio con otros países, elevados costos de producción, transporte y operación, que terminan por restarle competitividad a nuestros productos industriales en el mercado externo.

Sin contar con el efecto perverso de su excesiva concentración de población y su desbordada urbanización, al haberse convertido en el centro de captación de los principales flujos migratorios que se vienen sucediendo en razón de la amplias opciones de trabajo que ofrece, en contraste con la falta de oportunidades del resto de ciudades y pueblos del país, que invade sin pausa su suelo, inadvirtiendo además, que es el que mejores condiciones agrológicas ofrece en Colombia y que por lo tanto debería tener un destino eminentemente agrícola.

En distintos momentos de la historia, por variadas razones todas de índole política, Colombia ensayó otras ciudades como capitales de nuestra República, entre ellas varias del Tolima como San Sebastián de Mariquita que fungió como tal a consecuencia de la colonización llevada a cabo por los españoles. O Purificación que fue designada capital de la Nueva Granada por Decreto de 1831 bajo la presidencia de Domingo Caicedo y Santamaría, a la vez que Capital del Estado Soberano del Tolima, e incluso Ibagué, cuando aquí se reunió el Congreso de las provincias unidas de la Nueva Granada en 1854 para juzgar al presidente José María Obando.

No obstante continuamos sin adelantar un debate con la profundidad y seriedad debidas, sobre la conveniencia de continuar con Bogotá como capital de la República, o variar tal circunstancia, con miras a superar su impacto en nuestro atraso en el comercio orbital.

Algunos países han cambiado su capital por conveniencias económicas, tal como lo hizo el Brasil, que sustituyó en 1960 a Río de Janeiro por Brasilia a orillas de la Amazonia para romper con la concentración excesiva de todo orden que venía presentándose en su zona suroeste amenazando el equilibrio regional, y acentuando a orillas del mar, -como es lógico-, en Sao Paulo, su principal centro de producción, y los mismos Estados Unidos tiene su principal centro económico y de producción en el puerto de Nueva York, mientras su Capital está en Washington.

La urgencia de detener la concentración y obtener el verdadero equilibrio regional que predica la carta constitucional de 1991 y espera la nación en los tiempos que corren, lo demandan.

MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME-DÔME

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