El hambre acecha

Manuel José Álvarez Didyme

Dentro de las varias cogitaciones que se imponen en estos “tiempos de pandemia”, sobresale como la principal, en cuanto dice relación a una de las amenazas más peligrosas que enfrenta la humanidad hoy, sobre todo los habitantes de los países pobres como el nuestro: la escasez de alimentos generada fundamentalmente por el incremento poblacional de los últimos años, fenómeno, este último, que ya venía afectando la humanidad entera y al que hoy se le añadió la hambruna generada por la larga cuarentena que le ha tocado vivir al planeta.
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Porque el desmesurado crecimiento de la población orbital ha ido trayendo consigo el desbordado incremento del hambre, al punto que la cifra de los famélicos y desnutridos que pueblan el mundo, ya supera los mil millones, como en fecha reciente nos lo reveló de forma angustiada, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente.

Y haciendo eco a la cifra desvelada por el organismo universal, Francisco, el suramericano pontífice máximo de la catolicidad, desde su tradicional balcón de la plaza de San Pedro de Roma “la eterna”, en una de sus habituales apariciones públicas, ratificó la evidencia de tan desgarradora circunstancia, agregando que a tan grave situación está contribuyendo la pérdida de gran cantidad de alimentos debido a una inadecuada manipulación y transporte, y a la falta de una mayor racionalidad en las labores de cultivo y distribución, a lo que debe agregarse el inmenso desperdicio que se produce en gran parte de las regiones productoras como la nuestra, por la ineficiencia del ensilaje y  las tareas de agregación de valor, aunado todo a la falta de procesos industriales de conservación. Lo cual torna imperativa para el país, de cara a la urgente búsqueda del crecimiento económico necesario para la normalización, una reconversión agresiva de la estructura y capacidad productiva de los pequeños agricultores y la organización de su actividad, no solo con la mirada puesta en el mercado local sino en procura de su vinculación al mercado mundial.

Evidenciando, como con el mundo de carencias que tenemos frente a nuestros ojos, estamos dejando de generar riqueza al no producir y mercadear, como en la fábula tradicional: somos pobres y seguiremos siéndolo, porque no nos percatamos que estamos sentados sobre un inconmensurable e inexplotado tesoro.

Como se puede corroborar con el ligero vistazo que le demos a nuestros campos, donde los frutos se maduran y pierden en inmensa cantidad, por falta de una oportuna cosecha, un racional manejo o las más de las veces debido al inadecuado mercadeo que hacen los carteles de compradores en contra de los intereses de los productores.  Para superar las dificultades bastaría capitalizar una paradigmática experiencia, seguirla y reproducirla en los diversos campos de la producción y el mercadeo: la hecha por Federación de Cafeteros, que luego de agremiar a los productores del grano, les enseñó técnicas de cultivo, desarrolló variedades resistentes a las plagas, -incluida la roya-, les racionalizó el proceso de siembra y recolección y los dotó de “voz y voto” en los mercados de la rubiácea, tanto nacional como internacionalmente.

MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME-DÔME

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