Jaime Corredor Arjona

Manuel José Álvarez Didyme

Nacido en el tradicional barrio La Pola de esta ciudad e hijo de Jaime Corredor Castañeda y de Laurita Arjona, una admirable mujer, entrañable amiga de mi madre que “sacó adelante a sus hijos… a punta de su máquina de coser…”, jamás renunció a su condición de ibaguereño raizal, al punto que luego de haber estudiado en el Colegio de San Bartolomé y graduarse como Ingeniero Civil en la Universidad Nacional de Colombia en la gélida Bogotá.
PUBLICIDAD

En tiempos del pasado turbión de la violencia cuando se perdieron el sosiego y la calma a causa de la contienda partidista, retornó a su ciudad natal, cargado de sueños y con la aspiración de servir a sus coterráneos cuyas dificultades siempre constituyeron el primero y mayor motivo de sus preocupaciones.

A su regreso encontró aquí el calor nutricio de su gente y el caldo de cultivo adecuado para sus otras vocaciones: la música como gran melómano que era y la política desarrollada a partir del pensamiento social de la Iglesia y su amistad y admiración por el cura guerrillero, Camilo Torres, que lo llevó a que sus amigos y socios le pusieran en algún momento de su discurrir vital el mote de “Jaime el Rojo”, como lo narra Camilo González en su amena crónica de “Tolimenses que dejan Huella” con la que lo exaltó en el Volumen II de la publicación de la Universidad de Ibagué, al lado de cinco coterráneos suyos dignos como él, de admiración y elogio por sus ejecutorias.

Entre las que se cuentan, -y en efecto son de rememorar-, su participación fundamental en la fundación de la Sociedad Tolimense de Ingenieros y su Caja de Compensación “Cafastía”; la creación del Club Rotario de la ciudad y la Asociación para el Desarrollo del Tolima (A.D.T.), estos en compañía de otros amigos, entre los que se contó mi padre, así como su participación suma: la Universidad de Ibagué que fundara en compañía de Santiago Meñaca, José Osorio, Eduardo de León, Roberto Mejía, Leonidas López y otros ibaguereños, dentro de la que fungió como su Decano de la Facultad de Ingeniería por varios años.

Lo cual sería suficiente para garantizarle a Jaime un lugar privilegiado en la antología de varones ilustres de esta tierra, sin que se pueda llegar a pensar que estas actividades alternas pudieran distanciarlo de su verdadera vocación: la ingeniería, como que  en su currículo se cuentan la construcción de obras emblemáticas de la ciudad, tales como el icónico Hotel Ambalá; el antigüo edificio del almacen LEY, el Palacio de Justicia, la Cárcel de Picaleña, el Círculo de Ibagué, la represa de la Hacienda Leticia, y las piscinas olímpicas y el Coliseo cubierto, al lado de muchas más de gran valía, y en diferentes municipios a esta capital y en otros departamentos. Todo ello con igual buen suceso al que obtuvo al servir a su solar nativo, cuando hizo tránsito por la burocracia  llamado por el Gobernador de entonces, el médico, Alberto Rocha, para desempeñarse como Secretario de Obras Públicas del Departamento en 1962 y Gerente del Ibal en 1998 y cuando se desempeñó como representante popular como Concejal de esta ciudad.

Por tanto, ante su fallecimiento, mal podríamos dejar de recordar con nostálgico afecto a este gestor de nobles causas, querendón como pocos del solar y con una indeclinable vocación de servicio, de aquellos que hoy tanta falta nos hacen y expresarles nuestros sentimientos de solidaridad y afecto a sus hijos Luis Jaime, Germán Augusto, María del Pilar, Laura Constanza y Martha Cecilia.

MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ

Comentarios