¡No más violencia!

Manuel José Álvarez Didyme

La principal debilidad de nuestra nobel democracia radica principalmente en la falta de consolidación de una conciencia colectiva y la flaqueza de la memoria de una desarticulada población, que se conmueve y gime ante los últimos acontecimientos conocidos, pero que retorna a su cotidianidad a los pocas horas, dejando hundido en el olvido aquello que la perturbó inmensamente, como si no hubiese sucedido.
PUBLICIDAD

Cual recurrente aparición de “la peste del olvido” como la que, según García Márquez, azotó a Macondo, convertida tal vez en un eficaz medio de defensa que ayude a evitar posiblemente que la cruel realidad, en la que por años venimos inmersos, nos apabulle, angustie hasta el hastío y nos cause irremediable daño mental.

Porque de mucho tiempo atrás, hemos tenido mil y una razones iguales a las que tenemos hoy para pronunciarnos masivamente contra los asesinos de líderes sociales, y no cejar ni un minuto en la protesta, hasta cuando aquellos depongan las armas y desistan de sus criminales propósitos, pero no lo hicimos.

Y en este momento lo estamos haciendo, porque algunos familiares y organizaciones nacionales e internacionales, sin desfallecer, perseveraron en la exigencia, hasta hacer que terminara la opinión expresándose en colectivas acciones.

No obstante, la tozuda realidad debe hacernos ver que no todo ha culminado aquí y ahora, pues en nuestro suelo siguen presentándose las más diversas expresiones de la narco-criminalidad y el fundamentalismo político, generadoras de odio, violencia y dolor, mismas que nos han llevado a superar todas las formas de perversidad conocidas por el género humano, como inimaginadas expresiones de la astuta maldad de los injustos.

Sin que haya que hacer ningún esfuerzo para identificar el sumun de la barbarie en la actuación vandálica de la narco delincuencia, el E.P.L. y las llamadas disidencias de las Farc, estas dos últimas bajo el pretexto de la continuación de la búsqueda de uno de esos fementidos paraísos del proletariado que ya naufragaron y se extinguieron en casi todas las latitudes del orbe, y en los que no pueden seguir creyendo sino los supérstites creyentes del mesiánico discurso de los años 60 del pasado siglo que quieren devolver el reloj de la historia a etapas por fortuna ya más o menos superadas por la humanidad, y la pluralidad de formas que adopta el delito de lesa humanidad del narcotráfico.

¿O acaso alguien puede querer en nuestro suelo el imperio de los traficantes de droga, o la continuación de la historia de crímenes y vejaciones sin cuento que el fanatismo de la izquierda le ha infligido a la humanidad en el orbe?

Que siguen recayendo en forma indiscriminada y por igual sobre policías y militares, la población civil, rural o urbana; sobre hombres jóvenes o ancianos, mujeres o niños, humildes o no y ahora sobre líderes y lideresas sociales.

Así que su significación le da gran valor a la protesta, la cual debe seguir como altisonante expresión de la rabia contenida y sin solución de continuidad de un pueblo, hasta lograr su objetivo: la cesación inmediata de todas las formas de violencia.

Protesta que debe expandirse y diseminarse de manera natural y voluntaria hasta que alcance todo el territorio patrio y obtener la verdadera paz, no la fementida del pasado cuatrienio.

MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME-DÔME

Comentarios