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Entendida ésta como el arte de sacar provecho en las varias circunstancias que la vida le brinda al “vivo”: sin recato, reserva moral, o sentimiento de culpa alguno por el daño que con él pueda causar al semejante.
Y de esta forma, este estereotipo de personas circulan por nuestra vida “tomando ventaja” de los que “dan papaya”, o sea de sus opuestos: los trabajadores, honestos y de buena fe, enriqueciéndose injustamente o “sin causa” y suscitando la admiración de quienes no ven en estas conductas nada de reprochable y sí un gran ejemplo digno de emulación.
Realidad que ha hecho metástasis en todos las capas de nuestra sociedad, trastocando los valores y alterando de forma negativa las costumbres, al punto que ya se puede decir, sin temor a equívocos, que estamos inmersos en una “neocultura” en la que, así mismo resulta “lícito” y hasta de aceptación, el abuso de los bienes comunitarios o la utilización en provecho propio de los recursos del erario público, como el conocido “CVY” (¿como voy yo?), de los funcionarios del Estado, que ya hace parte integral del folclor patrio y se entronizó como valor a calcular en toda licitación.
Y en ese contexto hemos ido tan lejos, que candidatos a gobernantes, legisladores, funcionarios, jueces, magistrados y hasta quienes se autodenominan “dirigentes cívicos, exhiben el fruto de sus “vivezas”, de sus ilegítimas actividades o hasta sus nexos con criminales o gentes fuera de la ley sin que ello afecte su imagen, o en las más de las veces, pensando que esos comportamientos son merecedores del reconocimiento general y garantía de que van a llegar a dispensar favores o contratos con cargo al erario, como sucedió en el pasado reciente con el exalcalde Luís H. Rodríguez, el abogado Arciniegas y sus secuaces, entre muchos otros ejemplos, entre nosotros.
Porque es claro que frente a situaciones como estas, la opinión debía, sentirse agraviada, censurar y denunciar, pero sobretodo formar causa común contra tales conductas que a todos dañan, en razón de la convicción que “la viveza”, la corrupción, el abuso y el fraude a la ley deben combatirse, vengan de donde vinieren y realícelos quien los realice, sin subjetivas consideraciones en su tratamiento.
Y difundir el mensaje ético por doquier: en la radio, la televisión, en escuelas, colegios y centros de educación superior, buscando erradicar de una vez por todas, la mal llamada “ley de la papaya” y los cantos que corean “…que el vivo vive del bobo…”, convertidas hoy en himno apologético de la trampa y la ilegalidad, al aberrante punto que hasta un alto tribunal la invocó para invalidar la extradición de un narcotraficante.
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