Educación vs. Formación

Manuel José Álvarez Didyme

A propósito de las comentarios que por doquier se escuchan sobre la baja calidad de los colegios de creación estatal como los anunciados por nuestro burgomaestre que entrarán próximamente en operación, pues funcionan con docentes que en muchas ocasiones distan de una verdadera y sólida formación, cuando no es que se encuentran “deformados” por su ideología de extrema en lo que se ha radicado la culpa de las altas cifras de atraso, pobreza, desempleo y el elevado grado de violencia y corrupción que se viene evidenciando en nuestra colectividad, superiores a los de la mayoría de países latinoamericanos.
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Y la alarma que tal circunstancia provoca, se incrementa al advertir que estas instituciones, que debieran conducir nuestro destino, no saben, además, ni cómo ni hacia donde, orientar a sus discentes, para ir en busca del necesario crecimiento económico y en procura de la reducción de las inequidades y desajustes socio-económicos que nuestra sociedad presenta, sobre valores que debieran conformar claros objetivos y una prioridad cierta.

Ante lo cual sorprende, cómo no se mira, para seguir su ejemplo, lo que en otras latitudes se ha hecho con comprobados éxitos y eficacia cierta, frente a análogas problemáticas que nos afectan, en la formación profesional de casi todos los oficios, y en las que se han creado módulos de formación orientados a los propósitos antes señalados, convirtiendo el aprendizaje en una estrategia de supervivencia, extendida a todos los campos del actuar social, que aporte ventajas concretas para el mejoramiento y la prosperidad.

Al efecto, la conocida pedagoga italiana María Montessori, si bien ante un contexto diverso del nuestro, como el Congreso Europeo para la Paz en Bruselas, cuando apenas concluía la segunda guerra mundial, y aludiendo a la necesidad de un sosiego universal, aseveró que “la construcción de la paz y el desenvolvimientp, es trabajo de la educación”, pero aclarando a continuación, lo estéril que en tal sentido resultaría cualquier esfuerzo, si el concepto de educación no logra trascender la enseñanza formal que brindan las instituciones educativas, para convertirse en imperativo de magnitud universal, es decir del conjunto todo de los asociados.

Porque si bien es claro e innegable que el denodado trabajo que al efecto tienen que realizar  las entidades de formación para contribuir en tal sentido como factor de mutación de las condiciones presentes de la vida social y formar nuevos y mejores seres humanos, como el elemento esencial del proceso pacificador y corrector del rumbo social, mal podría limitarse la tarea a aquellas, ya que la pretensión es de tal magnitud que demanda un ambiente límite, para que las transformaciones logradas puedan tener el espacio adecuado que permita involucrar el total de la sociedad.

Una clara visión holística, que se anticipó por mucho a su tiempo, al advertir que un proceso educativo capaz de construir el cese de la violencia, -y la corrupción en nuestro caso-, no puede reducirse a un tipo de escuela, método de enseñanza-aprendizaje o disciplina intelectual concretas, pues la educación para la evolución y el cambio perseguidos, debe permear la totalidad de la cultura de un pueblo con una clara orientación y hacia finalidades humanas ciertamente definidas.

Una misión colectivamente concebida, un propósito común que pasa por reformas estructurales que equilibren la participación en la sociedad y en el ingreso: justicia distributiva y participativa, que obviamente se concibe, estudia y estructura en el ámbito académico y desde allí se difunde a la sociedad entera.

Porque dichos valores se logran con justicia y equidad sociales, con la adopción generalizada de los mandamientos del bien obrar, fundamentalmente del respeto al semejante y a los ideales de los demás, tal como lo predicaba el Mahatma Gandhi, ideólogo y padre político y espiritual de la India.

Al efecto vale recordar lo dicho por Borges, que, “…nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio de los bondadosos”.

 

MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME DÔME

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