Ibagué: “Ugly colombian City”

Manuel José Álvarez Didyme

Pasado el exitoso “Ibagué Festival”, algún turista hizo uso de las redes sociales para calificar a Ibagué, con razón, como una “ugly colombian city”, o sea una fea ciudad colombiana, pese a que su entorno, -revalidando lo dicho en precedente escrito-, está constituido por un hermoso paisaje que ornándola, la circunda.
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Y es que esta capital, tal vez por carecer de un verdadero factor de atracción, como sí lo tuvieron otras urbes asentadas en la cultura del café, terminó por resignarse a ser una ciudad de paso o el albergue temporal de diversos grupos humanos, donde “…las lámparas de la arquitectura no prendieron…”, como años atrás, nos lo hizo recordar el poeta Juan Lozano y Lozano, cuando valiéndose de un florido lenguaje para no zaherir la susceptibilidad de los raizales de la época, escribió que, “…no es Ibagué, la nuestra, una bella ciudad, como no son generalmente bellas las mujeres que despiertan las más hondas y tenaces devociones…”.

Sin embargo, por aquellas calendas y vaya usted a saber por qué, esta musical urbe, resultó dándole temporal cobijo a un gran número de inmigrantes de los que en aquel entonces llamaban con el genérico apelativo de “turcos”, (judíos, polacos, sirio-libaneses y árabes), que llegaron a Colombia a probar fortuna, y una vez recuperaron el perdido aliento, casi todos alzaron vuelo hacia otras tierras de más pujante comercio, sin dejarle aporte alguno a la ciudad; al igual que hoy sucede con los desplazados por las violencias de los siglos XIX y XX y de la tragedia de Armero.

De esta manera la ciudad se fue configurando como la colcha de retazos de la abuela: a saltos y sin mayor coherencia, pero por sobre todo con menosprecio por su menguado pasado histórico y con total desinterés por su futuro, como lo evidencia su deshilvanada estructura urbana.

Es así como de su centro urbano tradicional se borraron los vestigios de la arquitectura del ayer, como si  los ciudadanos de hoy se avergonzaran de ella: se derruyó el viejo claustro de San Simón, importante muestra de arquitectura neo-colonial, que le dio albergue al Congreso de la República cuando Ibagué fue capital provisional de la misma y sede de uno de los planteles paradigmáticos de la educación en Colombia: San Simón. De igual forma, la mal llamada piqueta del progreso tumbó sin compasión las austeras edificaciones que una vez albergaron la administración departamental y su club de mayor antigüedad, el Círculo Social, para darle paso a un parqueadero. Se destruyeron el parque Murillo y el Teatro Torres de nostálgico estilo republicano, así como el hotel San Jorge e igual suerte corrieron las sedes neoclásicas del Banco de Bogotá, del Banco de la República y el cuartel de la Policía de Santa Librada, y la única muestra de art noveau que se tenía en el Parque de Galarza, para culminar echando por tierra la estación del ferrocarril “Pedro Nel Ospina” perteneciente a la época de transición al modernismo, a fin de dar cabida a una terminal de transporte de precario diseño e irracionalmente ubicada, que en mucho contribuye hoy al caos vehicular que padece la ciudad, y agoniza por negligencia administrativa de los últimos alcaldes, el parque Centenario, articulador del centro Histórico de la ciudad, pulmón de la ciudad y albergue de la Concha Acústica Garzón y Collazos.

A más de lo anterior, se le cambió la fisonomía y su vocación, con la indolencia de unas ígnaras “autoridades” de planeación municipal, a barrios enteros como los tradicionales de La Pola, Belén, Cádiz o Interlaken, testimonios vivos de los varios estadios del desenvolvimiento urbanístico de la ciudad, todo para ajustarlos a groseros intereses y compromisos políticos. 

Así, girones completos de historia, (tal como se encuentra hecha la bandera de la ciudad en el monumento de la 19), fueron objeto de despojo colectivo con la autorización de los mal llamados “curadores urbanos” carentes de conocimiento y sentido de conservación y de unos mediocres burgomaestres desconocedores de lo que vale preservar, que actuando en contravía de sus obligaciones, autorizaron todos estos exabruptos, tanto que hasta las pocas piezas de valía constructiva de la modernidad, como el Club campestre y la Gobernación alcanzaron a sufrir deterioro sin respeto alguno por su diseño.

Y así, sin nada que nos dé identidad, ni miramiento alguno por lo propio, ¿Cómo vamos a aspirar a tener vocación turística y a que no nos llamen “ugly colombian city”?

 

MANUEL JOSÉ ALVAREZ DIDYME-DÔME

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