Ordenemos a Ibagué

Manuel José Álvarez Didyme

No es la primera vez que nos referimos al tema y al parecer no será la última, ya que a lo largo del tiempo que llevamos martillando sobre el mismo en esta columna, no hemos tenido respuesta alguna de las autoridades encargadas de su atención, ni hemos visto acción alguna enderezada a darle solución.
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Me refiero al atraso urbano que de un tiempo para acá viene sufriendo Ibagué, cuyos perversos efectos aumentan “…como crecen las sombras cuando el sol declina”, haciendo que la hipertrofia física y poblacional que afecta esta urbe, supere con generosidad su desarrollo, y que su precaria infraestructura se torne cada día más ineficiente.

Todo debido a la ausencia total de planeación y la falta absoluta de una visión de futuro por parte de unos incompetentes gobernantes y mediocres concejales, a quienes al parecer poco o nada les inquieta el porvenir y solo les preocupa sortear el momento para darle solución al problema que el día a día les presenta.

O si no miremos cómo su malla vial no se amplía años ha, desde la última administración de ‘Pacho Peñaloza’ (Q.e.p.d.), bien distante en el tiempo, ni se construye una nueva vía de holgado trazado o doble carril, (con excepción de la avenida 103 que disque “…ya casi está lista”), mientras sus pocas calles estrechas, deterioradas y de añosa concepción se saturan con un parque automotor pleno de motos que también “…crece como crecen las sombras…” con desmesura.

Zonas con precario acceso como el tradicional barrio de ‘La Pola’ o los nuevos barrios que continúan sin pausa surgiendo en la zona norte en predios de la antigua hacienda del Vergel, se densifican y aumentan su población con la construcción de grandes edificios, inexplicablemente autorizados por los “curadores urbanos” que no ven la gravedad del problema y que con su irresponsable permisividad, le están echando encima a este musical villorrio.

Y menos se toman medidas que desconcentren racionalmente la vida institucional del corazón de la ciudad, trasladando oficinas públicas, sedes bancarias, clubes, emisoras y las plazas de mercado, a fin de evitar que con su tradicional y ya anacrónica ubicación contribuyan a congestionar dicha área; por el contrario se sigue autorizando en ella la edificación y hasta funcionamiento de universidades, institutos tecnológicos y colegios.

Sin contar cuanto contribuye a incrementar el desorden la falta de un racional sistema de transporte público tipo metro, pues el existente sigue acentuando la congestión e incentivando la accidentalidad.

Ojalá la ciudad despierte y demande con urgencia el cambio de rumbo de sus administradores, exigiéndoles un mayor compromiso con su gente y una clara demostración de amor por lo propio.

 

MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME

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