De nuevo nos ataca la peste del olvido

Manuel José Álvarez Didyme

La capacidad de memoria del pueblo colombiano es tan baja que el recuerdo de cualquier suceso, por trascendente que haya sido, dura hasta cuando un nuevo hecho relevante viene a reemplazarlo.
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Al punto que ahora resulta, como la gran novedad y el gran descubrimiento, constituidos en la gran noticia que está asombrando a Colombia: que la corrupción campea en las toldas del llamado “Pacto Histórico” o sea en las huestes de la tercera candidatura de Petro, en donde militan grandes defraudadores del fisco como la hoy embajadora del régimen Venezolano y cómplice de Alex Saab, Piedad Córdoba, a quien acompañan los “trotapartidos, Benedetti y Roy Barreras, entre muchos otros de non sancta conducta, mientras su hermanito visita socialmente a los corruptos nietos de Rojas Pinilla, mismos que se robaron a Bogotá en el no lejano pasado, a ofrecerles en el llamado ”pacto de la Picota”, que “si mi hermano gana, como parece, tranquilos que todo bien, todo bien”.

Alianzas con personajes aceptados por la izquierda, cuyo discurso sobre la filosofía de los valores termina, cuando sus propios miembros son los que transgreden la ética debida a los intereses que ella dice defender: los colectivos o públicos.

Por ello los representantes de aquella línea de pensamiento, le ponen sordina a su altisonante verbo moralizante, al igual a como lo hacen, cuando de juzgar se trata a las acciones bárbaras y violatorias de los derechos humanos de la narco guerrilla, a la que insisten en seguir llamando fuerza insurgente.  
Irrefutable prueba de que, como casi todos los estamentos del país, los diversos credos de izquierda, ya han sido permeados por la merma de valores y han terminado por echar por tierra los postulados axiológicos. 

Porque las posturas políticas verdaderamente éticas, trátese o no de correligionarios, como en algún tiempo lo reitero falazmente el “lobo con piel de lobo” como acertadamente llamó Felipe López Caballero al candidato Petro, deben conducir siempre a afirmaciones o juicios determinados de valor que contengan términos tales como “bueno”, “malo”, “correcto”, “incorrecto”, “obligatorio”, “permitido”, etc., referidos a las acciones, decisiones o incluso las intenciones de quienes actúan o deciden algo, ya que cuando se emplean sentencias de esta clase se está valorando moralmente a personas, situaciones o acciones y allí no caben medias tintas.

Dichos juicios morales se deben establecer sin mirar si se trata de un amigo o enemigo; por ejemplo cuando se dice: “ese político es corrupto”, “ese hombre no es ético”, “su presencia es destacable o indeseable”, los términos “corrupto”, “no ético”, “destacable o indeseable” aparecen como valoraciones de tipo moral que no pueden ser variadas por otras consideraciones.

Así, independiente de su militancia o afiliación, o se es ético o no se es, o sea antiético.

MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME

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