Los contratistas

No es nueva la figura del contratista, pues desde tiempos casi inmemoriales se han venido contratando obras de todo tipo y condición supuestamente desde el mismo día en que se pudo comprobar que los estados y las administraciones públicas eran pésimas ejecutoras de las obras de ingeniería.

Con motivo de la entrada en vigencia de la Ley de Garantías, expedida con el fin de controlar en algo la voracidad de los funcionarios y contratistas por lo que queda del presupuesto ya al final de los mandatos de los alcaldes y gobernadores, han vuelto a aparecer los consabidos escándalos por el uso y el abuso de esta figura de la contratación, indispensable para el desarrollo y progreso físico de las regiones. No es nueva la figura del contratista, pues desde tiempos casi inmemoriales se han venido contratando obras de todo tipo y condición supuestamente desde el mismo día en que se pudo comprobar que los estados y las administraciones públicas eran pésimas ejecutoras de las obras de ingeniería.


Por considerarlo de interés y con el fin de que cada quien compare a su manera lo que ha podido saber de los contratistas, ahora que se habla de ellos por tantos motivos algunos buenos y otros malos, me permito transcribir el análisis que de ellos hiciera el escritor y político santandereano Carlos Martínez Silva, publicado en el mes de junio de 1897 en el Repertorio Colombiano.

"Hombre paciente, de humilde aspecto, de palabras blandas y melosas; con nadie riñe ni se incomoda; tolera agravios y desaires; inclina la cabeza, formula excusas y perdones, y vuelve a la brecha. Todas las armas se embotan contra aquel ser que parece forrado en una espesa capa de algodón. Para el contratista no hay amigos, sino instrumentos y cómplices. Agasaja y adula a quien puede explotar, y mina sordamente a quien le presente resistencias. El contratista no mete ruido; anda con pisadas que apenas se sienten; habla siempre en voz baja y en tono dulzarrón. Combate pero no pelea; tiene opositores y adversarios, pero no enemigos. El odio y el amor son malos consejeros para los negocios de cierta especie. Por eso el contratista ni odia ni ama. Todos los tiempos son para él buenos. En la guerra, mientras los unos se hacen matar en los campos de batalla, él se queda en la corte apegado al Gobierno, haciendo contratos de vestuarios, de equipos, de víveres y provisiones, etc. Cuando viene la paz, negocia en rentas nacionales, en construcciones, en provisión de útiles para las oficinas públicas, para los establecimientos de beneficencia, para el servicio de los cuarteles, descuenta sueldos y pensiones y hace prudentes anticipos a las cajas del Estado, y cuando llega la hora de las grandes combinaciones, proyecta caminos, ferrocarriles y bancos, asume el simpático papel de progresista, y sin comprometer nada, va a todas las ganancias y a la par ensancha sus influencias".

Como se puede apreciar del análisis anterior, es posible que los males de aquellos tiempos, que a decir verdad no eran pocos, tuvieran su origen en estos personajes que lo querían todo para sus bolsillos y que a juzgar por las palabras del Dr. Martínez Silva estaban siempre pegados al presupuesto nacional sin importar gobernantes ni partidos políticos en el poder. Noticias de la época dan fe de las grandes fortunas en pocas manos, mientras aumentaba la pobreza en la mayoría de la población.

Credito
Alfonso Marín

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