Hubiera podido evitarse

Alfonso Marín

En esta época de tragedias y masacres algunas viejas y otras recientes, no han faltado voces aisladas que opinan con argumentos que todas se hubieran podido evitar con un poco de atención y cuidado.

Así no les falte razón a quienes así opinan, me pongo en el lugar de las autoridades ante la dificultad que siempre existe para cuantificar hechos futuros, en especial los que tienen que ver con las fuerzas de la naturaleza, como en el caso de Armero. La humanidad habrá ganado una batalla significativa el día que logre, por lo menos, saber con alguna aproximación la magnitud, la fecha o la hora de los acontecimientos de la naturaleza. Mientras tanto, seguiremos sometidos a la voluntad de Dios como la única esperanza de salvación ante cualquier infortunio.

Otra cosa diferente son las tragedias provocadas por la mano del hombre, como en el caso del Palacio de Justicia, que no nos cansaremos de lamentar por la falta de prevención de las autoridades y otro tanto por la demencia inconsecuente desde todo punto de vista del movimiento guerrillero que ejecutó la toma. En el 30 aniversario de esta tragedia anunciada reconforta saber que todos han reconocido su falta, lo cual de alguna manera ha contribuido a que se sigan obteniendo evidencias de lo que realmente pasó en aquellos aciagos días de terror y caos. La contrición de corazón y el propósito de la enmienda son después de tantos años el consuelo para las victimas mientras se logra hacer justicia.

Para el caso de la masacre de París que tiene al mundo de luto, creo que no han faltado los esfuerzos de todas las naciones por controlar esta amenaza que tiene religión, raza y un territorio desde el cual se programan los ataques, lo cual en principio puede contribuir a su oportuna prevención como todos lo deseamos. El mundo globalizado de hoy que sirve para tantas cosas nos hace sentir con mayor intensidad el dolor de los sufrimientos humanos sean donde sean, circunstancia que nos hace partícipes de la solidaridad en las horas de dificultad, tal como la sentimos los colombianos con la ayuda generosa que recibimos de todos los países cuando ocurrió la tragedia de Armero.

Las enseñanzas que nos dejan estos dolorosos sucesos ojalá nos permitan tener oídos atentos a las voces, así sean solitarias, de quienes nos advierten con propiedad técnica sobre las consecuencias que traen las actividades abusivas con la naturaleza y las dignidades humanas.

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