Tiempo de optimismo

Alfonso Marín

Es fácil constatar por estos días de comienzo de año que la mayoría de los periodistas y comentaristas de la cosa pública se han dedicado a llamar la atención, estoy seguro que de buena fe, sobre las dificultades y amenazas internas y externas que se avecinan en la mayoría de los países del mundo y en Colombia en particular. Complementan lo anterior, los informes nada halagüeños del FMI sobre el posible crecimiento económico de las naciones en donde América Latina lleva la peor parte con un crecimiento negativo.

Como al mal tiempo buena cara, según reza el adagio popular, es necesario convocar a la solidaridad ciudadana para que todos hagamos gala de nuestras fortalezas individuales y tratemos de moderar con nuestro comportamiento los rigores que pueda traer este periodo de ‘vacas flacas’. Ejemplos en Colombia hay muchos para ilustrarnos sobre lo que hemos podido hacer para superar las dificultades cada vez que la madre naturaleza o las fuerzas del mal tocan a las puertas de los hogares colombianos.

El fenómeno climático de ‘El Niño’ estoy seguro de que nos ha servido para cambiar en parte nuestra actitud frente a la naturaleza al convencernos a la fuerza que el agua es un recurso que es indispensable cuidar con esmero porque se agota y no es fácil reponerlo ni adquirirlo en la tienda de la esquina. El Gobierno nacional, que ha tratado por todos los medios de atender la emergencia, ojalá sostenga su actitud de compromiso al promover la siembra y recuperación de los bosques nativos que son propiedad de todos, porque allí nacen nuestros ríos y quebradas. Volver la mirada al campo es una buena fórmula para incentivar el optimismo, como lo recomiendan los psicólogos cuando se trata de corregir males del cuerpo y del alma.

La simplicidad filosófica que nos inspira el campo es un recurso que tenemos en abundancia los colombianos que no nos ha dejado desfallecer en ninguna época de nuestra historia; de la provincia siempre han llegado soluciones inteligentes con el bienestar del país. La paz que se avecina no la podemos esperar alicaídos, como se dice popularmente, por eso invito a que salgamos a recibirla con entusiasmo, como si se tratara de un querido familiar que hacía más de 50 años que no visitaba nuestra casa.

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