Desconcierto...

Mario García Isaza

Avanza el tiempo, va raudo hacia su final este año, que desde la aparición de la pandemia viral ha sido totalmente anómalo, nos ha condicionado en todo, nos ha puesto en la necesidad de reducir enormemente nuestras actividades, nos ha obligado a replantear el orden de prioridades, nos ha brindado espléndida oportunidad de consagrar más tiempo a la lectura, a la reflexión; a quienes ya peinamos muchas canas nos ha hecho, como escribí hace meses, tascar el freno, al aceptar que se coartaran, en aras de “protegernos”, muchas de nuestras opciones y libertades.
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Hoy, se me ocurre compartir con mis amigos lo que pienso y siento frente a la realidad que estamos viviendo. Y eso que pienso y siento, no encuentro el término con que pudiera expresarlo. ¿Preocupación…temor…perplejidad…inquietud…desasosiego? Tal vez algo de todo. Probablemente el término que puse como título de eta divagación sea el más adecuado. Es lo cierto que me causan honda preocupación y me estrujan el alma las dolorosas y terribles  situaciones de pobreza, sufrimiento y desamparo  que el drama de la pandemia y su manejo acarrean y acarrearán para muchos, sobre todo para los más pobres. Pero mi desconcierto y mi angustia se tornan más lacerantes cuando tengo la percepción de que Colombia va por muy mal camino, cuando veo en el horizonte de la patria nubarrones procelosos, cuando siento de manera punzante que nos hemos extraviado, que hemos perdido el rumbo.  No quisiera ser pesimista. Pero es que…¡hay muchas cosas que me desconciertan!

Me desconcierta el hecho, concretado en mil actuaciones y omisiones, de un Estado en el que la estructura constitucional de la división de poderes, de la independencia de unos frente a los otros, se ha desarticulado del todo: tenemos un legislativo que  ni se reforma ni se deja reformar; que se regodea en la francachela de los sueldos arbitrarios que descaradamente se autoriza; que no se ocupa de lo verdaderamente importante; con un desprestigio afrentoso y una credibilidad casi nula ante el pueblo; que es un sindicato dedicado a la defensa de prebendas y privilegios; que ha cedido su tarea de legislar en manos de jueces y togados que la han usurpado; y en el que los pocos que personalmente y en privado profesan principios y defienden valores, no son capaces de hacerlo en público, de incorporarlos en su acción política. Tenemos un poder judicial, representado especialmente en las mal llamadas cortes, cuyo ambiente de corrupción apesta; que no juzga sino que hace politiquería; que vende sentencias; que ante la vergonzante actitud del ejecutivo y el legislativo usurpa funciones que no le atañen; que busca cualquier coyuntura para arremeter contra todo lo que huela a principio  cristiano, y se lleva por delante todos los valores morales. Y tenemos un ejecutivo medroso, que se ató las manos, tembloroso ante la posibilidad de que lo  acusen las hordas izquierdistas, sometiéndose a lo estatuido en un tal NAF que no existe y  es, simplemente, la peor y más artera traición que la Patria ha sufrido en su historia. Un ejecutivo sin el temple necesario para hacer frente a la arremetida brutal que los perversos empresarios del narcotráfico, coautores de la traición aquella, genocidas asentados por tal virtud en el recinto del Senado, sostienen contra Colombia, en hipócrita y negada connivencia con los compinches que amparan el sátrapa vecino y el gobierno manumiso de una isla caribeña.

Me desconcierta la insensibilidad con que una sociedad como la colombiana no parece sacudirse ante el hecho de que, como fruto de un plan llevado a cabo sistemáticamente, vayan ocupando alcaldías capitalinas, o puestos de dirección en instituciones importantes, o hasta vicepresidencias de organismos legislativos, personas que no son otra cosa que fichas colocadas allí por los peores enemigos de la democracia. Y que, desde esos sitiales en mala hora ocupados,  una alcaldesa, por ejemplo,  le haga coro a la campaña de desprestigio de la autoridad legítima; un senador que pretende, -¡Dios nos libre!- llegar al palacio presidencial, aúpe impunemente a los vándalos; o un pintoresco alcalde  establezca una dizque secretaría para que promueva la homosexualidad y la corrupción moral de la niñez y de la juventud y engalane el valle de Aburrá con el pendón del arco iris…

Me desconcierta el espectáculo de un ejército, que fue glorioso, ahora reducido a combatir al peor enemigo de Colombia echando machete a los cocales, y que se ausenta, huyendo acomplejado, de los lugares en los que los idiotas útiles, envalentonados, no les dan permiso de estar; o el de un cuerpo policial que mira como simple espectador curioso a un grupo de manipulados indígenas que enlazan y tumban un monumento histórico.

Me desconciertan unos medios de comunicación, escritos, radiales y televisivos, que medrando a la sombra de politiqueros sin escrúpulos y sirviendo obsecuentes a oscuras y millonarias fuerzas foráneas, se han convertido en pulpos inmensos, y han puesto su incontrovertible poder de manipulación al servicio de las peores corrientes ideológicas y de los proyectos políticos más aviesos, fuera de que son un bazar de chabacanería, ordinariez y superficialidad. Y estoy hablando, sí, de Caracol y RCN, de Semana, de El Tiempo y El Espectador… Me confunde el espacio y la cátedra que estos medios brindan a los enemigos de la ética cristiana, y el vacío que en cambio le hacen a la voz del Magisterio de la Iglesia, por ejemplo.

Me desconcierta la estolidez  con que autoridades cándidas y ciudadanos no menos ingenuos nos tragamos el cuento de las disidencias…de los grupos residuales…como si no supiéramos que la organización criminal nunca se ha disuelto. Más aún me desconcierta la desfachatez con que los cabecillas de la pandilla, ahora entronizados ilegítimamente en curules que no se ganaron, niegan ante el tribunal organizado por ellos y para ellos, -la tal JEP- los crímenes nefandos que cometieron y sus huestes siguen cometiendo. Cómo no sentir desconcierto ante algo que es a todas luces una insultante bofetada a la soberanía y a la dignidad de Colombia: que los integrantes de ese “tribunal” llamado JEP, que ha suplantado en sus funciones los organismos legítimos de justicia,  hayan sido escogidos por extranjeros, y extranjeros comunistas confesos y militantes.

Me desconcierta profundamente la realidad actual de la educación, esa institución de la que depende sustancialmente el futuro de Colombia. No solamente se ha empobrecido en su contenido de valores y humanismo, sino que los niños y adolescentes están siendo corrompidos con unos programas profundamente imbuidos de la perversa ideología de género, y un porcentaje enorme de los jóvenes bachilleres y universitarios están siendo adoctrinados por un magisterio en el que mangonea un sindicato marxista y subversivo, como es FECODE.

Me desconcierta, frente a todas estas y otras realidades preocupantes, que ni los macilentos partidos políticos que dicen defender la democracia e inspirarse en los valores que han hecho grande y respetable a Colombia, ni muchos de los intelectuales y pensadores cristianos, - que los hay, por supuesto -, ni quienes tenemos, por vocación y por estatus, el deber de orientar y defender a la comunidad, hayamos asumido esa tarea con la resolución, el valor y la claridad que ella requiere. Mucho me temo que, si no reaccionamos a tiempo, si no buscamos,  cada uno desde su propio campo de acción, que esta Colombia anestesiada despierte y se levante para enfrentar, sin violencia que nunca es legítima, pero sin ambages ni reticencias que siempre son cobardía, a los enemigos que traman hundir a Colombia en la sima de sus siniestros desvíos, tendremos que lamentar el no haberlo hecho, y cargaremos con el reato de un grave pecado de omisión.

MARIO GARCÍA ISAZA CM.

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