Líneas rojas en China

Santiago Martin

La diplomacia no es un oficio fácil y quizá por eso no hay muchos diplomáticos buenos, aunque yo soy amigo de alguno excelente. Lo que hace bueno a un diplomático es solucionar problemas, evitar conflictos, encontrar soluciones. A veces, cuando los enfrentamientos son ya añejos y la madeja está totalmente liada, el diplomático prefiere no afrontar la cuestión y dejar que siga sin resolverse. Pero el buen diplomático, el que de verdad ama no sólo su oficio sino al país que representa y a las personas que sufren por la existencia del conflicto, no duda en meterse en harina para intentar algo en lo que otros han fracasado.

En el caso de la Iglesia, siempre se ha dicho que tiene la mejor diplomacia del mundo, lo cual no significa que no haya cometido errores. Al frente de la misma hay hoy un equipo al que tengo por más que suficientemente preparado. El cardenal Parolín, que está al frente de la misma, se las tuvo que ver con Chávez en Venezuela y éste no dudó en insultarle y maltratarle a su antojo. Ha hecho declaraciones sobre temas espinosos, como la cuestión de la acogida a los emigrantes en Europa, que estaban llenas de sentido común y que matizaban incluso lo que decía el propio Pontífice. No me cabe duda de que es el autor o al menos el supervisor del magnífico discurso que el Papa pronunció hace unas semanas ante el cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede. Por eso no me gustan los insultos con que le están obsequiando estos días por su implicación en una de las cuestiones más difíciles que tiene que afrontar la Iglesia: el intento de normalizar las relaciones con China. Estoy convencido de su buena voluntad, lo cual no significa que vaya a acertar en un conflicto en el que otros han fracasado.

La cuestión es la siguiente: con la llegada de los comunistas al poder a China, todas las religiones quedaron sometidas al control del Estado. En el caso de la Iglesia católica, eso no implicó cambios en la liturgia ni tampoco en la enseñanza moral, pero sí en un aspecto importante del dogma: la primacía del Papa y, como consecuencia, su autoridad única para nombrar obispos. Los chinos consideraron que eso significaba una injerencia de un Estado extranjero y persiguieron a los que no quisieron separarse de Roma. Muchos se sometieron, constituyendo en 1957 una Iglesia cismática -la llamada “Iglesia patriótica”-, cuyos obispos eran nombrados por el Gobierno comunista, algunos incluso en notorias condiciones de inmoralidad. Pero otros se resistieron y sufrieron persecución y así nació la “Iglesia clandestina”; durante decenios, laicos, sacerdotes, religiosos, monas y obispos han conocido la cárcel, los campos de reeducación y el martirio, por no haber querido renunciar a la fe católica vivida en su integridad, que implicaba la unión con el Vicario de Cristo. Sin embargo, poco a poco se fue produciendo un tímido deshielo y el Gobierno dio permiso para ordenar algunos obispos nombrados por Roma, a la vez que el Vaticano daba el “plácet” a candidatos del Gobierno. Esta tímida apertura parecía estar sujeta, por otro lado, al capricho de los gobernantes, pues a veces aceptaban y otras no. Y en medio estaban los fieles, que muchas veces tenían que ir a parroquias regentadas por curas pertenecientes a la Iglesia cismática si querían ir a misa, entre otras cosas porque Benedicto XVI dejó claro que los sacramentos administrados por la Iglesia patriótica son válidos.

Lo que está intentando el cardenal Parolín y el equipo diplomático vaticano es llegar a un acuerdo con los actuales gobernantes chinos. Sinceramente, nadie sabe en este momento en qué consiste ese acuerdo y posiblemente no lo sepan ni siquiera los diplomáticos vaticanos. Es en este contexto de negociaciones que se ha filtrado una noticia muy desagradable y que hasta ahora nadie ha desmentido: al menos un obispo de la Iglesia clandestina habría sido invitado por la delegación vaticana a renunciar a su cargo para que éste fuera ocupado por otro de la Iglesia patriótica.

Ante esto, el cardenal Zen, un viejo y heroico luchador, que fue obispo de Hong Kong, ha ido a Roma y ha logrado hablar brevemente con el Papa para explicarle la situación; después ha declarado que el Santo Padre no estaba al tanto de lo que hacían sus diplomáticos y que éstos estaban vendiendo la Iglesia fiel al gobierno comunista. La reacción se ha producido con una nota de la Oficina de Prensa, negando esa supuesta desinformación del Pontífice y criticando, sin nombrarle, al cardenal Zen.

Así las cosas, parecería una película de héroes y villanos. Héroes, ciertamente, lo hay: todos los miembros de la Iglesia clandestina que, durante años, han pagado el precio de la persecución e incluso de la sangre, por ser fieles a la Iglesia. Lo que no estoy tan seguro es de que los otros, los diplomáticos vaticanos, sean villanos. Es posible que se esté intentando un acuerdo como el que posibilitó la solución creada por el cisma en la Iglesia francesa tras la revolución, con el Concordato de 1801 entre Napoleón y Pío VII, que le dio al Estado el poder de nombrar obispos, mientras que dejaba al Papa sólo la investidura canónica; esto supuso, en cierto modo, abandonar a aquellos que habían sido fieles a la Iglesia, hasta el punto de que algunos que no quisieron aceptarlo se separaron de Roma y formaron la llamada “Petite Église”. O quizá se esté buscando un acuerdo como el que rigió durante siglos en el Imperio español, por el cual el monarca -y después Franco en España- proponía una terna de candidatos y el Vaticano elegía a uno de esos tres como obispo de la sede en cuestión.

Lo que sí debe haber en esta negociación, como en todas, es un límite claro que no se pueda traspasar, unas “líneas rojas”. “No toquéis a los mártires chinos”, escribía esta semana monseñor Negri, obispo emérito italiano. Los mártires chinos no pueden ser abandonados ni sacrificados en las negociaciones. Si eso pudo servir en tiempos de Napoleón, cuando los arreglos se hacían en el secreto de los despachos, hoy todo se sabe. No se entendería. Sería una señal de que no merece la pena ser fiel porque al final aquellos a los que defiendes te van a abandonar. Sería un escándalo que fracturaría aún más a la Iglesia y, quizá, la chispa que encendiera un cisma a nivel global, con más trascendencia que el de la “Petite Église” o que el de Lefebvre.

El equipo negociador de la Santa Sede no lo tiene nada fácil para no traspasar esa línea roja, en unas negociaciones con un gobierno chino como el actual. Por eso no me parece bien llenarle de insultos como algunos hacen. Creo que lo mejor es rezar por ellos y también por esos valientes y sacrificados católicos chinos que se merecen no sólo el respeto de todos sino incluso los honores del martirio.

Fundador Franciscanos de Maria Misioneros del agradecimento

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