Las barbas del vecino

Santiago Martin

Mientras siguen los problemas en la Iglesia y, sobre todo, en Estados Unidos, ligados a los sacerdotes pederastas, pasan otras cosas en la Iglesia y fuera de ella. Después de las acusaciones de monseñor Viganó sobre el encubrimiento que pudieron hacer algunos eclesiásticos a dichos sacerdotes, la discusión se ha centrado en si el responsable indirecto de que se hayan cometido esos delitos es el celibato sacerdotal.

La fuerte corriente anti celibato que ha estado actuando en la Iglesia en las últimas décadas ha cobrado nuevos bríos y muchos analistas creen que las dos próximas citas sinodales -la de este octubre, dedicada a los jóvenes, y la del año que viene dedicada a la evangelización de la Amazonía- van a tener este tema como “argumento estrella”, lo mismo que en los Sínodos de la Familia fue la comunión de los divorciados vueltos a casar lo que acaparó toda la atención.

Decir que los problemas de pederastia se solucionarían suprimiendo el celibato es una simplificación ignorante. Entre otras cosas porque los datos demuestran que la mayor parte de los sacerdotes que han abusado de menores son homosexuales.

Habría que dar el paso a la aceptación del matrimonio homosexual en general y del matrimonio homosexual entre el clero para que ese argumento pudiera tener un mínimo de coherencia. Y digo un mínimo, porque a nadie se le oculta que, aunque haya parejas gay estables y fieles, la promiscuidad en ese ambiente es enorme.

Pero, mientras se llega a lo que algunos parecen buscar con todo este discurso -la aceptación del matrimonio homosexual en el clero-, hay que dar otros pasos. El primero de ellos es el fin del celibato sacerdotal obligatorio que es lo que va a entrar a debate en los próximos Sínodos.

Conviene fijarse en la experiencia de otras Iglesias para no actuar a la ligera. Conviene ver cómo están las barbas del vecino para saber qué tenemos que hacer con las nuestras. Por ejemplo, la Iglesia Ortodoxa, tan próxima a nosotros, que ofrece desde sus orígenes la posibilidad de ordenar a hombres casados.

El Patriarcado de Constantinopla acaba de anunciar que va a permitir a sus sacerdotes el divorcio y un nuevo matrimonio. De momento sólo se les permitirá si son las esposas las que rompen el matrimonio, pero a nadie se le oculta que eso puede ser una trampa, pues basta con que se pongan de acuerdo los dos para que sea ella la que tenga la iniciativa.

Si nosotros diéramos el paso a la aceptación de sacerdotes casados, deberíamos asumir que eso implicaría la aceptación del divorcio de los sacerdotes y su nuevo matrimonio, como está pasando con los ortodoxos. Y si los curas se pueden divorciar y volver a casar, ¿por qué no van a poder hacerlo los laicos? Y en ese caso, ¿dónde queda la prohibición del Señor y sus claras palabras que identifican ese segundo matrimonio con un adulterio?

Además, hay otras cosas, menores pero también importantes. Estamos viviendo y sufriendo una crisis espantosa de vocaciones -que es lo que algunos utilizan como argumento a favor de la ordenación de casados-, pero pocos parecen darse cuenta de que no es una crisis “eclesiástica”, sino “eclesial”. Es decir, no estamos en el escenario de iglesias abarrotadas de fieles y seminarios vacíos, sino en un escenario en el cual tanto las parroquias como los seminarios están igualmente vacíos.

Así las cosas, ¿qué comunidad va a poder costear los gastos de un sacerdote casado y con hijos -y si se divorcia el cura, los gastos de dos familias-, cuando ya resulta muy difícil sostener económicamente a un hombre solo? Además, ¿aceptarían los pocos que siguen yendo a misa a los sacerdotes casados? Seguro que una parte de ellos sí lo haría, pero otros -a los cuales, probablemente, se les insultaría de todos los modos posibles- se negarían a aceptarlo y posiblemente dejarían la Iglesia, con lo cual la ya pequeña comunidad católica se convertiría en residual.

Pero mientras se debaten estas cosas, la vida sigue. Siguen las acciones judiciales contra la Iglesia -ahora van a ser los fiscales de Nueva York y New Jersey los que investiguen a las diócesis en esos dos Estados norteamericanos- y sigue también el malestar de muchos católicos que no saben qué está pasando y que quieren explicaciones claras y urgentes.

Como siempre, recemos por la Iglesia y confiemos en que nada, absolutamente nada, escapa a la Divina Providencia.

Fundador Franciscanos de María

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