Mundanización y espiritualidad

Santiago Martin

Aunque no cesan las noticias deplorables que muestran las llagas de la Iglesia -escándalos, división interna, autoritarismo-, quiero reflexionar hoy sobre una cuestión que estaría en el origen de lo que está pasando. Para unos, la causa de todo esto es el clericalismo; es decir, el poder del clero que se ha entendido a sí mismo como una casta dominante y que se ha dedicado a tapar sus miserias a cualquier precio. Para otros, entre los que figura el cardenal Müller según una reciente intervención suya, la causa está, por el contrario, en la “mundanización”, es decir en la adaptación al mundo; una adaptación, un sometimiento, que empezaría por ser ideológico -aceptando como bueno lo que el mundo dice que es bueno, como por ejemplo las prácticas sexuales de todo tipo, dentro y fuera del matrimonio- para luego convertirse en práctico, poniendo por obra lo que se había aceptado previamente como verdadero.

Es posible que ambos sectores estén diciendo lo mismo. No me cabe duda de que un cierto tipo de clericalismo está en la raíz de lo que ha sucedido. Como he dicho en varias ocasiones, antes no era excepcional una concepción del ejercicio del episcopado que tenía como misión primera y casi única la protección de los sacerdotes y del honor de la institución eclesiástica; el daño que se pudiera causar a otros, también ovejas del mismo pastor, como los niños, era secundario.

Esa concepción del ejercicio episcopal fue lo que hizo que sacerdotes depredadores de menores fueran trasladados una y otra vez de parroquia y pudieran seguir cometiendo los mismos delitos. Pero es que eso es, en realidad, fruto de la mundanización de la Iglesia; una Iglesia que hubiera escuchado atentamente la Palabra de Dios se habría dado cuenta de que en el triple interrogatorio que el Señor resucitado le hace a Pedro, le encomienda en primer lugar que cuide de los corderos, es decir de los niños, y después que haga lo mismo con las ovejas; el cuidado de los más débiles, por lo tanto, tiene que ser prioritario para los pastores y sólo cuando se ha dejado de tener como referente a Cristo, es decir cuando la persona, esté en el cargo que esté, ha dejado de fijar la mirada en el Señor para contagiarse de los criterios del mundo, se han podido producir los horrores que unos han cometido y otros han colaborado con su omisión a que se cometieran.

Esta mundanización, por supuesto, no se ha limitado a relegar a un lugar secundario la protección de los menores, sino que se ha traducido en un abandono de la vida de oración, del cuidado de la liturgia, de la enseñanza moral según la Palabra y la Tradición. El clericalismo ha sido un elemento más de la mundanización, pero no el único.

Cuando en tantas iglesias -por lo menos en España- sin consultar a la gente y por decisión unilateral del cura -y eso fue clericalismo puro y duro-, se quitaron las imágenes, se abandonó y ridiculizó el rezo del Rosario, se dejaron de hacer prácticas como la adoración del Santísimo, se dejó de recordar que había que estar en gracia de Dios para comulgar, se cerraron los confesonarios e incluso se arrancaron de los bancos los reclinatorios para que los fieles no se pudieran arrodillar durante la consagración en la Misa, se estaba introduciendo el mundo dentro de la Iglesia y dentro del alma de los fieles.

Lo demás vino por añadidura. Para algunos eso llevó al horror de la pederastia, aunque para la inmensa mayoría afortunadamente no se llegó a tanto. La vieja lección escrita en el libro del Génesis se ignoró y se produjeron de nuevo las devastadoras consecuencias que se podían haber evitado; Caín y Abel nos enseñaron que cuando el hombre se aleja de Dios, termina por convertirse en asesino de su hermano.

La solución, por lo tanto, es volver a Dios, volver a la práctica religiosa, volver a llenar nuestros aljibes personales y familiares del agua limpia, pura y fresca de la espiritualidad. Las leyes son necesarias, pero ya hemos visto que “hecha la ley hecha la trampa”. Sin una vuelta a Dios, sin recuperar la oración, la adoración del Santísimo, el rezo del Rosario, la confesión frecuente, la fidelidad a la Palabra y a la Tradición, no estaremos yendo a la raíz del problema. Sólo Cristo puede salvarnos y volver nuestra mirada a Él, suplicando confiados su misericordia, es lo primero que debemos hacer para salir de la espantosa crisis que estamos padeciendo.

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