Evitar la apostasía

Santiago Martin

Esta semana se ha sabido, y es una gran noticia, que la Iglesia ha reconocido un milagro por intercesión del beato John Henry Newman, lo cual le abre las puertas hacia la canonización. Newman no es un personaje cualquiera, ni va a ser un santo cualquiera. Su figura es de tal importancia intelectual y moral que, con su canonización, va a iluminar mucho más al conjunto de la Iglesia universal, hasta el punto de que posiblemente mereciera ser nombrado Doctor de la Iglesia.

Lo más importante de su historia comienza cuando, siendo clérigo anglicano, junto con unos amigos de la Universidad de Oxford, ponen en marcha el movimiento que lleva ese nombre y que pretendía salvar a la Iglesia anglicana del secularismo y el liberalismo destructivo hacia el que se deslizaba, recuperando las raíces originarias de la primitiva Iglesia cristiana. En 1833, uno de los miembros fundadores del movimiento, John Keble, pronunció el sermón “La apostasía nacional”, denunciando la deriva de la Iglesia anglicana hacia ese liberalismo. Ese sermón causó una verdadera conmoción en Inglaterra y dividió el anglicanismo en dos: los que estaban contentos y conformes con la adaptación a los nuevos tiempos y los que rechazaban esa adaptación. Para el “Movimiento de Oxford” era esencial, para evitar la destrucción de la Iglesia anglicana, recuperar las raíces de la Iglesia primitiva y volver a ellas, algo así como lo que pretendió San Juan XXIII al convocar el Concilio Vaticano II.

Newman fue el encargado de recuperar esos principios doctrinarios, para lo cual se dedicó al estudio de los Padres de la Iglesia y de los primeros Concilios. Poco a poco se fue dando cuenta de que todo lo que él buscaba seguía existiendo y residía en la Iglesia católica. Eso fue lo que, con dolor y gradualmente, le llevó a su conversión al catolicismo. Esa conversión le supuso, primero, el desprecio de los anglicanos, incluso muchos de los pertenecientes al Movimiento de Oxford, pero también la desconfianza de los católicos, que no estaban seguros de cuáles eran sus verdaderos motivos.

Uno de sus antiguos amigos, que seguía siendo clérigo anglicano, Kingsley, tan racista que consideraba a los católicos irlandeses como orangutanes blancos, le retó públicamente a explicar los verdaderos motivos de su conversión. Newman respondió escribiendo la más grande sus obras: “Apología pro vita sua”, una autobiografía al estilo de las Confesiones de San Agustín. La impresión que causó este libro, en el que Newman expone el porqué de lo que él denominó “el regreso a la casa del Padre”, fue tan grande que no sólo le devolvió el prestigio entre los anglicanos, sino que se lo ganó entre los católicos que le miraban con sospecha, hasta el punto de que el Papa León XIII le nombró cardenal, incluso sin ser obispo.

Pero ¿cuál es la importancia de Newman, el motivo por el que debe ser estudiado atentamente hoy? Él, y los fundadores del Movimiento de Oxford, detectan la deriva de su Iglesia e intentan ponerle freno yendo a las raíces, volviendo la mirada a la primitiva Iglesia. No lo consiguieron y hoy la Iglesia anglicana es una de las más liberales del mundo, totalmente adaptada a las exigencias del nuevo orden mundial: aceptación del aborto, la eutanasia, las relaciones fuera del matrimonio, la homosexualidad, el sacerdocio y el episcopado femenino e incluso el matrimonio homosexual entre los clérigos, hombres o mujeres. Pero eso no ha evitado que la Iglesia anglicana se desplome y avance día a día hacia la desaparición, que fue lo que con exactitud predijeron que iba a ocurrir Newman y sus amigos del Movimiento de Oxford. Pero lo que Newman vio que iba a suceder con el anglicanismo es lo que algunos vemos que puede suceder con el catolicismo. La adaptación al mundo, la deriva liberal y secularizante, la aceptación de todo aquello que nos exige el nuevo orden mundial traerá, ciertamente, la paz a la Iglesia, que ya no será atacada por las poderosas fuerzas de ese nuevo orden, pero será la paz de los cementerios, porque la Iglesia habrá muerto, como están muriendo las llamadas Iglesias protestantes históricas y no sólo el anglicanismo. La apostasía masiva de los católicos ya ha comenzado y será cada vez mayor si no hacemos algo.

Como intuyo Newman, como pidió San Juan XXIII, tenemos que volver a los orígenes, a la primitiva Iglesia. Y allí lo que había era un inmenso amor a Cristo que llevaba a sus seguidores a aceptar el martirio antes que traicionarle. Allí lo que había no era plegarse a las exigencias del Imperio por miedo a que te echaran a los leones. Allí lo que había era fidelidad a la enseñanza del Señor sin hacer concesiones a lo que el mundo pedía. Allí lo que había, en definitiva, era una mujer, la Santísima Virgen, que amaba a su Hijo y a su Dios, y un grupo de hombres y mujeres, los apóstoles y discípulos, para los cuales era más importante ser fieles al Señor que ganar el aplauso del mundo e incluso más importante que la propia vida.

Por eso necesitamos volver a Newman. Porque hoy hay que evitar en la Iglesia católica lo que él intentó evitar en su querida Iglesia anglicana. Aunque nos pase lo que le pasó a él, que no le entendieran y le criticaran unos y otros. Sin embargo, lo que cuenta es el final y en ese final hoy vemos ya a Newman en los altares como beato y pronto, si Dios quiere, le podremos venerar como santo.

Fundador Franciscanos de María

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