Culpabilizar a las víctimas

Santiago Martin

De nuevo una semana con muchas noticias, de las que voy a comentar sólo dos. La primera es la carta que el Papa ha enviado al dictador venezolano, Nicolás Maduro, en respuesta a una suya en la que le pedía que mediara con la oposición para restablecer el diálogo. Los obispos de Venezuela, por boca del cardenal Porras, ya dijeron que eso sería volver al diálogo-trampa que ya tuvo lugar y que sólo sirvió para desactivar las protestas contra el régimen comunista.

Lo más novedoso de la carta con la que el Pontífice ha respondido a la del tirano venezolano, ha sido el encabezamiento de la misma. No está dirigida al “señor presidente”, sino al “señor Nicolás Maduro”. Eso, que puede parecer un detalle sin importancia, tiene una gran trascendencia, puesto que ni la carta de Maduro fue privada ni el Papa firma la suya con su nombre de pila sino con su nombre como sucesor de San Pedro.

En este contexto, con un presidente provisional, Guaidó, que ha sido reconocido por muchos países como el legítimo presidente venezolano, que el Papa no le dé ese título a Maduro significa que ya no le reconoce como tal, y eso sí que es importante. Además, de lo que se ha podido conocer del contenido de la carta se deduce que el Santo Padre rechaza mediar en el conflicto, porque fue Maduro quien no cumplió lo que se acordó al final de las negociaciones anteriores, en las que sí medió la Iglesia. Dios quiera que este sea un golpe más, definitivo, que ayude a acabar con la sangrienta tiranía comunista que está destruyendo Venezuela.

El otro tema de la semana ha sido el ataque del cardenal Kasper contra el cardenal Müller, Éste publicó una “Declaración de Fe”, en la que exponía los elementos básicos que debe tener la fe católica para reconocerse como tal. Justificaba esta declaración de fe por la confusión que hay en la Iglesia y que está llevando a muchos fieles a alejarse de la misma. La respuesta de Kasper ha sido tan dura como absurda. Le ha dicho que no hay confusión y que, si la hubiera, la culpa sería precisamente de Müller y de los que, como él, se niegan a aceptar lo que se llama el “nuevo paradigma”. Primero, vamos con los hechos: admisión a la comunión de los divorciados vueltos a casar, de los que viven sin casarse -sean homosexuales o heterosexuales- y de los protestantes casados con católicos, petición del diaconado femenino como paso hacia el sacerdocio de las mujeres, aceptación al menos en el lenguaje de la ideología de género. Claro que nada de esto ha sido aprobado oficialmente por el Papa, pero sí promovido por personas que se declaran muy próximas a él, como sucede con la mayoría de los obispos alemanes.

Esto crea confusión y la culpa no es del que la denuncia, sino del que la promueve. Acusar a Müller de ser responsable de esa confusión es como acusar a la víctima de una violación de ser culpable de la misma por haber ido a la policía a poner la denuncia. No solamente enseñan cosas contrarias a la Palabra de Dios y al Magisterio, sino que si te atreves a protestar te echan la culpa de que la Iglesia de hoy no sea una balsa de aceite. Es decir, si hay un fuerte oleaje que parece a punto de hundir la barca de Pedro, no es por culpa de los que soplan sobre las aguas para levantar las olas, sino por culpa de aquellos que no se someten dócilmente al nuevo paradigma.

Los perseguidos son los culpables. Los mártires son los responsables de su martirio, por su obcecación. Culpabilizar a las víctimas o a los que los defienden, de eso es de lo que se trata. Zanahoria -prebendas y nombramientos- para el que se somete y palo para el que protesta. Que Dios nos ayude a ser fieles. Pecadores, por desgracia, pero fieles.

Fundador Franciscanos de María

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