Pederastia y diálogo con el islam

Santiago Martin

Casi con un pie en el avión que le lleva a Marruecos, país de abrumadora mayoría musulmana que visitará este fin de semana, el Papa ha firmado el prometido “motu proprio” en el que expone las nuevas normas para luchar contra la pederastia por parte del personal de la Iglesia. Estas normas buscan ser un modelo para que se inspiren en ellas las Conferencias Episcopales, que ahora deberán elaborar sus propias medidas.

Lo que más llama la atención es, primero, que se amplía la fecha de caducidad de los delitos, desde los cuatro años después de cumplir la mayoría de edad hasta los 18. En segundo lugar, que se obliga a todos a denunciar a las autoridades civiles si se sabe de algún caso, excepto si se ha tenido conocimiento de ese caso por secreto de confesión. Tercero, que también el que no denuncie será castigado. Cuarto, que se garantizará un juicio justo al denunciante y al denunciado.

Quinto, que se ofrecerá la posibilidad de rehabilitación al que haya sido declarado culpable, después de que haya sido separado de todos sus cargos, aunque no se dice nada sobre si se le separará de ellos sólo por el hecho de ser denunciado. Y sexto, que se intentará devolver el honor al que sea declarado inocente tras haber sido acusado.

Son medidas prudentes, llenas de sentido común y del deseo de evitar que se sigan produciendo abusos a menores, así como de poner fin a la impunidad con que se han movido algunos de esos abusadores. A la vez, se piensa también en los derechos del denunciado, inclusive si fuese hallado culpable, lo mismo que se hace con cualquier criminal, al cual siempre, incluso la sociedad civil, ofrece ayuda para su reinserción.

Confiemos en que estas medidas sean suficientes, aunque no hay que olvidar que la práctica total de los abusos se cometieron hace ya muchos años, precisamente en un contexto de relajación moral que vino propiciado por la errónea aplicación del Concilio Vaticano II. Si se quiere atajar el problema, no sólo hay que implementar medidas represivas, aunque con ellas se busque hacer justicia y disuadir al delincuente, sino que hay que ir a la raíz de ese problema, la cual está precisamente en esa relajación moral que se vivió y que se sigue viviendo en buena parte de la jerarquía de la Iglesia.

Con respecto al viaje del Santo Padre a Marruecos, hay que dar la bienvenida a todo lo que signifique apoyar el diálogo, pero tampoco hay que ser ingenuos. Marruecos es mucho más tolerante con el cristianismo que Arabia Saudí, por ejemplo, pero la ley castiga con penas de hasta tres años cualquier forma de evangelización hacia los musulmanes y son muchos los conversos que tienen que vivir su fe en secreto para no ser perseguidos.

Mientras no haya reciprocidad, no habrá verdadera justicia. Hay muchos puntos importantes en común entre cristianos y musulmanes, no sólo dogmáticos sino también referentes a la familia y a la vida, pero en el diálogo hay que tener siempre en el horizonte, como meta a alcanzar aunque sea a largo plazo, que exista una auténtica libertad religiosa y no sólo una restringida libertad de culto.

Fundador Franciscanos de María

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