Escuchar y enseñar

Santiago Martin

Posiblemente siempre ha pasado igual. Hay términos o conceptos que se ponen de moda y que se convierten en banderas discutidas, defendidos por unos y atacados por otros, sin que ni los unos ni los otros se fijen en el contenido exacto del concepto, sino en la interpretación que da el contrario.

Eso pasa hoy con palabras como “discernimiento”, “sinodalidad”, “diálogo”, “escucha”. No creo que haya nadie en su sano juicio católico que esté en contra de la necesidad de discernir, o de aumentar la presencia de los laicos en las estructuras de la Iglesia, o de dialogar y mucho menos de escuchar. Pero cuando algunos interpretan estos conceptos de una forma equivocada o al menos equívoca, los otros los rechazan, como si la culpa estuviera en los conceptos y no en la interpretación que se hace de ellos.

Esta larga introducción viene a cuento de los ataques que ha sufrido la exhortación del Papa tras el Sínodo de los jóvenes, publicada esta semana. Ataques que son consecuencia de interpretaciones totalmente equivocadas y que giran en torno al concepto de “diálogo” y al de “escucha”. Primero, la interpretación equivocada; a modo de ejemplo, valga lo que un sacerdote que se proclama forofo del Papa Francisco dijo, como homilía, comentando el Evangelio en el que Jesús dice que el primer mandamiento es amar a Dios y el segundo amar al prójimo; para esta “prenda sacerdotal”, lo primero no es amar a Dios sino escuchar, porque el Señor toma esa frase (la del amor a Dios en primer lugar) de la oración más sagrada del judaísmo, que aparece en Deuteronomio 6, 4: “Shemá Israel….” (“Escucha Israel….”) y, por lo tanto, lo más importante es escuchar.

De ahí, él concluye, apoyándose en la interpretación que él hace de lo que dice el Papa Francisco, que hay que escuchar al pueblo, es decir que lo que diga el pueblo es lo que vale, y que si la gente quiere sexo, droga y buen rollito, pues hay que dárselo porque eso es lo que nos ha mandado el Señor.

Ante interpretaciones así, no es de extrañar que el cardenal Sarah diga que la Iglesia no está para escuchar, sino para enseñar. En realidad, la Iglesia está para las dos cosas: para escuchar -primero a Dios y luego al pueblo- y para enseñar al pueblo lo que viene de Dios y no lo que ella se inventa. Pero es que esto no está reñido con lo que el Papa enseña en su exhortación sobre los jóvenes; es verdad que el Santo Padre alerta sobre el riesgo de reducir la pastoral juvenil a una catequesis, por muy buena que ésta sea, pero también es verdad que habla de la importancia de empezar por transmitir a los jóvenes el “kerygma”, es decir las tres verdades primeras que nos enseñó el Señor: “Dios existe”, “Dios es amor y es misericordia” y “Cristo es nuestro Salvador, que pagó el precio de la sangre para abrirnos las puertas del cielo”.

Claro que eso no es todo lo que la Iglesia tiene que decir a los jóvenes, pero es lo esencial y lo primero. Cuando se haya hecho una mínima experiencia de ese Dios misericordioso, cuando se haya producido el encuentro entre el joven y Jesucristo, hay que darle todo lo demás, sin omitir nada por impopular que sea. Pero al niño se le da primero papilla antes que darle alimentos fuertes, y se le enseña primero a andar antes que a correr. Escuchamos a Dios y escuchamos a sus hijos, para transmitirle al Señor las súplicas de su pueblo y para ser los testigos y defensores del Señor en medio de ese pueblo, que muchas, demasiadas veces, está como ovejas sin pastor.

Fundador Franciscanos de Maria

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