La hora de África

Santiago Martin

La semana pasada dediqué este comentario a las matanzas de cristianos que están teniendo lugar en África, ante la pasividad e indiferencia internacional. Después de eso, dos crímenes más nos han conmocionado por su especial brutalidad. Una misionera española de 77 años fue degollada en Burkina Faso y un joven sacerdote fue torturado haciéndole beber ácido para luego rematarle, en Mozambique.

Ante esta plaga de ataques, varios obispos han pedido que se extremen las medidas de precaución, al menos en público, pero será difícil evitar los ataques, pues tanto los misioneros como las comunidades católicas viven por lo general en lugares totalmente desprotegidos y muy vulnerables.

Lo que no podemos hacer los demás es dejarlos solos. Una forma de ayudarles, la primera, la más importante, es rezar por ellos. Cuando uno sufre de ese modo -lo mismo que pasa con los que padecen la tiranía comunista en Venezuela- la indiferencia de los demás hace aún más grande tu dolor. Rezar es pedir a Dios que intervenga para aliviar su sufrimiento y consolar a las víctimas, pero también sirve para llamar la atención sobre lo que está pasando y que no caiga en el olvido.

A la vez, tenerlos presentes y ser conscientes de que hay alguien -y no son pocos-, los que aman tanto al Señor que dan la vida por Él, nos estimula a imitarles, haciendo frente a los martirios de alfileres que nosotros mismos sufrimos. ¿Qué es lo nuestro comparado con lo de ellos? Una nadería. Es así como debemos afrontar lo que nos pasa a nosotros: esto mío no es nada o, al menos, es poco comparado con lo que Dios se merece y con lo que otros están haciendo por Él.

El ejemplo de los mártires fue siempre semilla de renovación y de crecimiento. Ante una Iglesia que languidece y se plantea cómo modificar las enseñanzas de Cristo para adaptarse más al mundo, lo que están haciendo estos nuevos mártires es un bofetón a nuestra comodidad y a nuestra soberbia intelectual.

Ellos no saben nada de exégesis, ni de perícopas, ni de exquisitas distinciones sobre el discernimiento para dar satisfacción a los instintos manteniendo la conciencia tranquila. Son sencillos -como los que llevaban la imagen en Burkina Faso de la Virgen de Fátima cuando fueron atacados-, pero su fe es mayor que la de los doctores que filtran el mosquito y se tragan el camello.

Ahora que hay tanta polémica por la llegada de inmigrantes africanos a Europa, haríamos bien en empezar por acoger su ejemplo para imitarlo. Los que vengan legalmente no deben ser asimilados para que su fe se vuelva tibia como la nuestra, sino que debemos aprender de ellos a ser fieles a Cristo hasta estar dispuestos a dar la vida por Él. Es evidente que en Europa no pueden entrar todos los africanos que lo deseen, lo mismo que en Estados Unidos no puede entrar toda Latinoamérica, pero sí deberíamos dejar entrar ese extraordinario buen ejemplo que están dando los mártires africanos. En esta hora tan oscura de la historia, África puede salvar no sólo a Europa sino también y en especial a la Iglesia. Es su hora.

Fundador Franciscanos de María

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