La lección de la “hermana tierra”

Santiago Martin

FUNDADOR FRANCISCANOS DE MARÍA

En medio de tantos elogios y críticas al “Instrumentum laboris” del Sínodo sobre la Amazonía, que nos promete un otoño caliente -junto con el Sínodo alemán-, me he preguntado qué diría San Francisco sobre este asunto. No pretendo, ni mucho menos, ser un portavoz de este gran santo, sino simplemente aplicar algunas de las cosas que nos enseñó, con su vida y con su palabra.

En primer lugar, la llamada del Señor a San Francisco -aquella locución que tuvo rezando ante el crucifijo de San Damián-, fue para que restaurara la Iglesia, que amenazaba ruina. Él, sencillo como era, lo entendió literalmente y se puso a reconstruir la vieja ermita. Sólo más tarde entendió que era la Iglesia de las personas y no la de las piedras la que necesitaba su ayuda. Desde el principio, por lo tanto, la evangelización y el amor a la Iglesia fueron el objetivo al que se dedicó. La pobreza y el servicio a los pobres eran el medio para llegar a ese fin, el testimonio imprescindible para ganar credibilidad y poder anunciar el Evangelio. Por eso dijo a los suyos: “Predicad el Evangelio en todo momento y, cuando sea necesario, utilizad las palabras”.

Si evangelizar para que el Señor Jesús fuera conocido y amado era su pasión y si la práctica radical de la pobreza era su manera de llevarlo a cabo, su otra gran pasión era el amor a la naturaleza. Buscaba siempre lugares bellos donde vivir, y eso en Italia es sencillo de encontrar. Los bosques de su Umbría natal -como Le Carceri-, los riscos escarpados de La Verna, o la belleza suave de las colinas cercanas a Roma, en el valle de Rieti, le vieron rezar y también llorar, por el dolor que le causaba su enfermedad en los ojos y por los disgustos que le daban sus seguidores. En Fonte Colombo escribió la Regla definitiva y, quizá, algunas estrofas del Cántico de las Criaturas, que terminaría en Asís, ya casi ciego y cercano a su muerte. Esta bellísima poesía, no está dedicada a honrar a la naturaleza, como si fuera un himno pagano. Es una alabanza a Dios por todo lo que Él ha creado, incluida la muerte. Dios es siempre el objetivo final. La fraternidad que expresa el santo con todo lo creado, se debe precisamente a que todo, incluso el ser humano, ha salido de la mano amorosa de Dios. A todo llama “hermano” o “hermana”, pero no invita a nadie, excepto al hombre, a alabar a Dios, porque sabe que no son personas que puedan hacerlo. Es verdad que, cuando se refiere a la tierra, le llama “madre”, pero también a ésta le antepone el apelativo de “hermana”. Es la “hermana madre tierra”, una criatura de Dios, y no la diosa Gea de los griegos o la diosa Ceres de los romanos.

¿Y qué tiene que ver esto con el Sínodo de la Amazonía? Pues que nada más ajeno a San Francisco que deificar la naturaleza -lo cual va implícito en un concepto pagano de la “pacha mama”, la “madre tierra”- y, muchísimo menos, hacer de ella una fuente de revelación. La naturaleza es nuestra hermana y debemos cuidarla como tal, en lugar de abusar de ella y llevarla al borde de la extinción. Pero no es Dios, ni tampoco son dioses los hombres, ni sus culturas, ni sus costumbres. Sólo Dios es Dios. Sólo a Él debemos adorar, servir y amar. Es por Él que debemos hacer todas las cosas, incluido el amor al enemigo, el servicio a los pobres y el cuidado de la naturaleza. Si las piedras, los bosques, los ríos, una hermosa puesta de sol o una aterradora tormenta nos dicen algo, es que hay Alguien que nos ha creado, al que le debemos obediencia y amor, y que ese Alguien, que es la infinita sabiduría, ha hablado de forma plena no por boca de las cosas y ni siquiera de los hombres, sino por boca de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Sin tener esto bien claro, el cristianismo se convierte en una absurda secta pagana y el hombre vuelve a tener como modelo ético la ley de la jungla, la cual, no lo olvidemos, consiste en que el pez grande se come al chico y el más fuerte oprime al débil.

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