El caso Pell

Santiago Martin

El próximo miércoles se conocerá la sentencia del juicio de apelación sobre el cardenal Pell. Condenado por abusos sexuales a un monaguillo en la sacristía de la catedral, la denuncia presenta tantas incoherencias y el desarrollo del juicio que le condenó tantas irregularidades, que la sentencia pone en entredicho la rectitud de la Justicia australiana. Hay que recordar que no es la primera vez que un alto representante de la Iglesia sufre persecución por los tribunales de ese país. Monseñor Philip Wilson, arzobispo de Adelaida, fue condenado a un año de cárcel por encubrir abusos sexuales de un sacerdote y fue posteriormente absuelto en el juicio de apelación. No hay que olvidar también que, en algunos Estados de Australia, como el de Victoria, se ha aprobado una ley por la que los sacerdotes se ven obligados a revelar el secreto de confesión en casos de abusos sexuales, si no quieren ir a la cárcel.

Lo que suceda el miércoles, en el juicio de apelación del cardenal Pell, es todavía una incógnita, aunque personalmente considero que el juicio condenatorio estuvo plagado de fallos -por ejemplo, se prohibió ver un vídeo que demostraba que era imposible que el cardenal hubiera cometido los abusos en la sacristía de la catedral-, se rechazó el testimonio del otro joven supuestamente abusado que negaba que eso hubiera ocurrido, e incluso se prohibió al cardenal dirigirse al jurado, lo cual va contra todo derecho-. Pero, más allá de eso, hay que preguntarse -especialmente si resulta absuelto- por qué esa acusación contra el cardenal. Un amigo mío, que tiene que escribir con seudónimo para no sufrir represalias -a ese punto hemos llegado en la Iglesia-, decía hace unos días, sobre el juicio al cardenal Pell, que todo se trataba de una venganza por haber querido hacer limpieza en el complicado sistema económico del Vaticano. “Los problemas de Pell -escribía- no son ni de abusos ni australianos, son de dineros y vaticanos y no podemos caer en la trampa. La presencia de Pell en el Vaticano era muy molesta, demasiado, y perturbaba los tradicionales equilibrios. Hay cosas peores que la muerte y es lo que en los mundos del mandil se conoce como la perdida de la honorabilidad. Es el proceso normal que se sigue en el Vaticano cuando se quiere quitar de en medio a algún personaje peligroso. Se le espía a fondo, a 360 grados, se intenta documentar sus puntos oscuros, si se encuentran, en caso contrario se inventan y con esto se lanza una campaña mediática de escándalo que hace saltar al personaje”.

Hay cosas peores que la muerte, efectivamente, y entre ellas la pérdida de la honorabilidad. Deja a la persona afectada convertida en un zombi, un muerto en vida. Por ejemplo, en el caso del cardenal Pell, ¿quién va a escuchar sus críticas sobre la confusión que hay en la Iglesia si ha sido condenado por pederastia? Aunque tenga toda la razón, sus palabras ya no tendrán credibilidad. Tanto Hitler como Stalin aplicaron el mismo principio contra sus enemigos: primero se le intenta comprar y si eso no funciona, se le calumnia para dejarle desacreditado y que nadie le haga caso, y sólo si eso también falla se le asesina. De momento con el cardenal Pell van por la segunda fase.

Todo esto es tristísimo y demoledor. Golpea la fe de cualquiera e incluso puede llevársela por delante. Por eso, ahora más que nunca, que tenemos que renovar nuestra confianza en que el Espíritu Santo no abandona a su Iglesia y que Dios escribe derecho con renglones torcidos. Mientras tanto, recemos por el cardenal Pell, que desde la cárcel insiste en su inocencia. Si ésta sea confirmada, su figura adquirirá el prestigio de un San Atanasio, que fue desterrado cinco veces por defender la divinidad de Cristo. Porque, en el fondo, y más importante aún que lo que pasa en el Banco vaticano, de lo que ahora se trata es de si se cree en que Cristo es Dios -y por lo tanto su mensaje no puede ser tocado- o si se le considera sólo como un gran hombre, a la altura de otros muchos, y, como consecuencia, sus enseñanzas tienen que ser actualizadas porque estaban influidas por la cultura de su época. El “caso Pell” es la clave. Su condena es absurda y si se insiste en ella, habrá pocas esperanzas para todos los que están defendiendo la verdad y la justicia.

Fundador Franciscanos de María

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