El tiempo y el espacio

Santiago Martin

Lo último que sabemos de lo que está sucediendo en Alemania, es que doce obispos contra cincuenta y uno, han votado en contra de los Estatutos de su Sínodo, porque no cumplen lo que ha pedido el Papa. Uno de ellos, el de Tubinga, ha advertido además que abandonará el Sínodo si se aprueban cosas contrarias a la fe católica que él ha jurado defender con su vida.

El cisma, real desde hace cincuenta años, está a punto de hacerse oficial por parte de los que no aceptan ni la Palabra ni la Tradición. Pero, ¿por qué ha ocurrido y por qué precisamente con este Papa? ¿Por qué los obispos alemanes liberales se enfrentan a un Pontífice con el que se sienten identificados, al que han aclamado desde el principio y al que ayudaron a llegar al Pontificado?

El Papa Francisco gobierna la Iglesia basándose en cuatro principios que él mismo ha expuesto, sobre todo en la Evangelii gaudium: el tiempo es superior al espacio; la unidad prevalece sobre el conflicto; la realidad es más importante que la idea; el todo es superior a la parte. De todos ellos, el que más puede ayudarnos a entender lo que pasa en Alemania, es el primero. El Papa ha dicho muchas veces que él quiere poner en marcha procesos que luego no permitan la vuelta atrás.

Esto implica dos cosas: tomar decisiones que favorezcan esos procesos y tener paciencia para no dar un paso en falso que genere una reacción tan fuerte que los anule. Lo primero se hace con los nombramientos, ante todo de cardenales (Kasper acaba de declarar que con los últimos cardenales electos ya está asegurada la elección de un Papa en la línea de Francisco) y también de obispos para sedes clave en la Iglesia (Lima, Chicago o Bolonia son ejemplos de esto). Lo segundo, requiere ir poco a poco, confiando en que la historia nunca da marcha atrás y en que con los hombres pasa lo mismo que con las ranas cuando se las mete en una cazuela de agua que se va calentando poco a poco: no saltan, hasta que el agua hierve y es demasiado tarde.

Ahí es donde se ha presentado el conflicto con los alemanes. No sería, aparentemente al menos y según declaraciones del propio cardenal Marx, un conflicto de fondo -como sí lo hubiera habido con los Pontífices anteriores, con los cuales, precisamente por eso, no estalló-, sino un conflicto de oportunidad. Los alemanes no están dispuestos a esperar. Posiblemente no creen lo de que el tiempo es superior al espacio y opinan que en la historia de la humanidad han sido muchos los que han dejado todo atado y bien atado y luego han terminado con sus huesos en un estercolero. Por eso tienen prisa. Les parece demasiado aguardar otros diez o veinte años para que la homosexualidad sea aceptada y para que llegue la hora del sacerdocio femenino, entre otras cosas que reclaman. Para ellos es ahora o nunca. El Papa les pide paciencia y ellos no la tienen.

Yo también creo que el tiempo es superior al espacio y que poner en marcha procesos es más importante que precipitar las cosas. Lo que pasa es que, por encima de estos principios de comportamiento basados en perspectivas humanas, creo en Dios. Y sé que Dios es el Señor del tiempo, es el Señor y dueño de la historia. Por eso confío en que lo que se pretende dejar atado de forma que no haya marcha atrás posible, se pueda desatar en cualquier momento, porque de repente sucede algo imprevisto que hace que todo cambie. No sé si los alemanes comparten mi fe y es por eso por lo que tienen prisa, pero desde luego no están dispuestos a esperar.

Si a esta situación se le añade el no menos conflictivo Sínodo de la Amazonía, podemos hacernos una idea de cómo está la Iglesia. El Papa, que aparentemente alentó los procesos, pone el freno, como se tira de las riendas del caballo para que no se desboque. Es como si dijera: hay que ir, pero más despacio y eso lleva incluso a dudar de sus intenciones a los que quieren ir más de prisa. Mientras, los que no queremos ir por ese camino y aguantamos todos los días los insultos y las amenazas, sólo podemos contemplar con tristeza el espectáculo de ver cómo ellos se pelean y suplicar a Dios que salve a su Iglesia.

Fundador Franciscanos de María

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