La soledad del Papa

Santiago Martin

A veces resulta muy difícil recordar que existe el bosque cuando ves tantos árboles delante. San Francisco, decía Chesterton, fue de los pocos que consiguieron ver el árbol, la persona concreta, sin olvidar que existe el bosque, el conjunto de las personas, en este caso la Iglesia. Lo mismo pasa con las noticias. A veces son tantas y tan contradictorias, que se puede perder la visión de conjunto y no hay que olvidar ni a las unas ni a la otra.

Esta semana, por ejemplo, ha habido muchos árboles: bendición de una pareja de lesbianas en una iglesia en Austria con el permiso del obispo; carta contra el Papa por parte de más de un centenar de personalidades por lo de la Pachamama; libro de Scalfari -el periodista italiano amigo del Papa- donde recoge todas las herejías que -según él y negadas por el Vaticano- le ha dicho el Pontífice en sus conversaciones privadas; Plenaria de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos con un fuerte enfrentamiento interno y una abrumadora victoria de los conservadores -143 contra 69 en una votación sobre el aborto- y la elección de un obispo del Opus Dei como presidente; nombramiento de un nuevo prefecto de Economía -un jesuita español al que deseo lo mejor en todos los sentidos y por el que ya estoy rezando para que no le ocurra nada malo-; y, por último, la guinda del pastel: conferencia del cardenal Kasper en Barcelona, titulada “el mensaje de la alegría”.

Empecemos por el final para entender todo lo demás. Dice Kasper que los enemigos del Papa, los que no le quieren, son los de los dos extremos. Los cambios que está introduciendo el Pontífice, a unos les parecen mucho y a otros poco. Según el cardenal alemán, los más radicales de los conservadores no quieren un “Iglesia en salida”, sino que quieren quedarse cómodamente en casa, es decir sin arriesgar nada ni hacer cambios.

Pero la crítica más dura de la conferencia de Kasper se la han llevado los del otro extremo, los progresistas; a éstos les reprocha querer “la democratización de la Iglesia, la abolición del celibato, la ordenación de mujeres, etc”, y añade el teólogo de referencia del Papa que éste “no es un liberal” y que las “expectativas liberales no son parte de su agenda”. Añade que lo que al Papa le preocupa son “los pobres, las críticas al capitalismo desenfrenado, el apoyo a los migrantes, una nueva relación con la creación y una nueva cultura de moderación y alegría”, lo cual, según él no interesa a los de la izquierda porque “no encaja con su concepción liberal y progresista, siempre a la última moda”. Por si hubiera sido poco claro, Kasper añade: “ningún Papa puede anunciar un mensaje que no sea el de Jesús”.

¿Qué hay detrás de todo esto? Por un lado, el profundísimo malestar en los conservadores, que se ha radicalizado con lo de la Pachamama, pero, sobre todo, el descontrol entre los liberales; no sólo por casos como el de la bendición de lesbianas en los templos, sino por lo que se espera que ocurra en el Sínodo alemán, que empezará en dos semanas. Ahí es donde está la preocupación. Kasper no está hablando para los conservadores, sino para los que, supuestamente, son de los suyos y les está diciendo que el Papa no quiere cambios revolucionarios y que no quiere prisas.

Como el mismo Pontífice ha repetido en varias ocasiones, él es partidario de abrir procesos no de culminarlos, porque considera que “el tiempo es superior al espacio” y que su misión es sólo entreabrir la puerta y dejar preparadas las cosas para que se pueda seguir abriendo. Lo de Alemania, continuación corregida y aumentada de lo que ocurrió en el Sínodo de la Amazonía, no pretende ser abrir un poquito la puerta, sino derribarla de un golpe. Ahí es donde está el peligro de cisma, en que si se les da lo que quieren -y el Papa no lo va a hacer- los conservadores se vayan y si no se les da, los que se vayan sean los liberales.

En medio está el Pontífice, que corre el riesgo de no ser querido ni por unos ni por otros y eso lleva consigo pagar un precio muy alto. Quizá ésta sea la clave que explica por qué hay tantísimas filtraciones de documentos vaticanos sobre escándalos financieros. Quien sea el que los filtra, busca hacer daño al Papa. Si, como dice Kasper, éste no es un liberal y lo que le preocupan son las cuestiones sociales, debería tranquilizar a los conservadores porque con los dos frentes abiertos es posible que no sólo no contente a nadie, sino que tampoco pueda conseguir su objetivo preferente. Recemos por la Iglesia y por él.

Fundador Franciscanos de Maria

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