La esperanza no defrauda

Santiago Martin

Me ha impresionado mucho la carta al Papa que ha dado a conocer el editor de la revista The Remnant, Michael Matt. Expresa un enorme amor a la Iglesia, a la que su familia ha servido a través del periodismo desde hace varias generaciones, y un gran dolor por la situación actual de la misma. He pensado enseguida en el Papa emérito, Benedicto XVI. Está al tanto de todo lo que sucede y desde su retiro en el corazón del Vaticano, sufre, calla y sobre todo reza. ¿Qué habrá sentido Benedicto al saber lo que Scalfari dice sobre la fe del Papa Francisco? Sin duda que no lo habrá creído, pero ¡qué triste es que eso suceda! ¡Cuánto dolor en unos y en otros! ¡Cuánta angustia!

El problema del dolor -el moral, el espiritual o el físico- es el fruto de amargura que puede producir en la persona que lo sufre. En ese caso, el dolor no es purificador y su único resultado es la desesperación. La desesperación genera rencor y violencia. La desesperación mata. Muchos en la Iglesia están yendo hacia ese abismo, precisamente porque la aman y ya no ven salida humana a la situación que atravesamos. Por eso es muy importante recordar que existe una virtud que debe ser practicada en horas como ésta: la esperanza.

La esperanza no defrauda, dice San Pablo en su carta a los Romanos, y en esa misma carta desea a los cristianos de Roma que la esperanza les tenga alegres. Pero la esperanza no es una virtud que se ejerce cuando todo va bien o cuando vemos el horizonte despejado, aunque las nubes negras estén aún sobre nosotros. La verdadera virtud se ejerce cuando no hay motivos humanos para que exista. Lo mismo que la caridad es más virtuosa cuando el sentimiento te lleva a alejarte del necesitado en lugar de ayudarle, así la fe y la esperanza. La esperanza que no defrauda y que nos mantiene alegres es la que se vive en las horas oscuras en que aún no vemos la salida del túnel y todo nos indica que ese túnel no tiene salida. Afortunadamente conozco mucha gente que vive con intensidad esa virtud y que son un ejemplo para mí; entre ellos, mis amigos sacerdotes venezolanos, que todos los días se ponen manos a la obra para sostener la fe de su pueblo o para calmar el hambre de sus estómagos con una humilde arepa sacada milagrosamente de la nada.

Estamos empezando el Adviento. Es un tiempo de esperanza. No de una esperanza de eslogan y de calendario, sino de la verdadera virtud. Digámosle al Señor que venga a salvarnos porque el pueblo está sufriendo. Pidámosle que venga pronto. Pero digámosle, sobre todo, como estoy seguro que le dice el Papa Benedicto cuando reza, como hacen mis amigos venezolanos: Creo en ti, Señor, y espero en ti; aunque la noche sea oscura y me aseguren que no volverá a amanecer, yo espero en ti Señor, y sé que mi esperanza no quedará defraudada.

Feliz Adviento. Feliz tiempo de esperanza. El Señor vendrá y. cuando llegue, nos debe encontrar alegres y no amargados.

Fundador Franciscanos de María

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