A la paz, sin miedo

Jairo Martínez

Ojalá que con la paz de la que ahora todos hablamos en Colombia no pase como con los fieles de las iglesias que van a misa, se arrodillan, confiesan y comulgan para salir a seguir siendo violentos, tramposos, codiciosos y explotadores del prójimo. Ojalá las ovejas de los rebaños religiosos entendieran que son ellos mismos y no los pastores ni dioses los que los van a salvar y, ojalá también, los colombianos comprendiéramos que somos cada uno de nosotros y no los acuerdos de La Habana, los responsables de la paz en el país.

El cese de los disparos, de los secuestros, de las tomas a poblaciones indefensas y de los enfrentamientos sangrientos entre hermanos es absolutamente necesario, pero nuestro papel no es simplemente votar por el ‘Sí’ en el plebiscito y sentarnos a esperar que todo cambie y llegue la paz al país.

No tiene sentido apoyar los acuerdos pero seguir siendo corruptos; no habrá asomo real de paz si nuestro fuero interno sigue oscurecido por las ansias de poder, posición y codicia. No habrá tranquilidad en Colombia si seguimos siendo violentos en el hogar, si continuamos con el maltrato a los animales, con la destrucción de la flora, el envenenamiento de las aguas y el inmisericorde ataque contra el medio ambiente.

Las instituciones públicas tendrán que cambiar, para bien. La salud, la educación y la justicia tendrán que dejar de ser privilegio de pocos adinerados y los niños y los ancianos habrán de ser protegidos porque son el futuro que nos llevará a mejor puerto y el pasado duro y sufrido que nos trajo hasta acá.

En fin, nuestra obligación del momento es darnos cuenta de que la terminación del conflicto no es posible sin nuestro aporte sincero, así que desarmemos nuestras mentes, eliminemos los miedos y oigamos a nuestros corazones para decidir cómo vamos cada uno de nosotros a aportarle a la paz.

“La paz no es algo mezquino creado por la mente; es inmensamente grande, infinitamente extensa y sólo puede ser comprendida cuando hay plenitud en el corazón”, dijo Krishnamurti.

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