La guerra de los fallos

Chateaubriand nos refiere una visita memorable que le hiciera al general Washington en Filadelfia luego de haber fundado la gran nación.

Contrasta Chateaubriand el destino de este de vivir apaciblemente en medio de la veneración de su pueblo, con el destierro de Bonaparte; el uno luchó por la libertad, el otro la traicionó. No fue la suerte de nuestro Simón Bolivar, adalid de la libertad, análoga a la que Chateaubriand hubiera predicho. A Bolívar lo sacamos de Santa Fe con insultos y su estragada humanidad apenas llegó a Santa Marta para lanzar una proclama de unión a las puertas del averno a la que nunca hemos hecho caso.
En Estados Unidos se tiene la costumbre de venerar a sus héroes aún en vida. Acá en Colombia, en cambio, tenemos la de vituperarlos. Hay algo en nuestra esencia que nos impele a repudiar el éxito. En Estados Unidos la justicia opera en función del derecho y de los intereses del pueblo. Por eso los computadores hallados en la operación que dio de baja a Bin Laden son apreciados como un tesoro judicial. Acá la Corte Suprema desestima los hallados en la operación de 'Raúl Reyes', permitiendo que los impostores de la democracia sigan combinando las formas de lucha.
El pueblo colombiano, por abrumadora mayoría, eligió continuar el camino de éxito que nos señaló el presidente Uribe. Camino este que empezó desde un estado ad portas de ser fallido, hasta conducirnos a uno pujante y respetado en la comunidad internacional. Tal hazaña no podía ser combatida en el terreno legítimo de la política por los inveterados inhibidores del éxito. Por eso se inventaron la forma más ruin y devastadora para nuestra democracia: corrompiendo a la justicia.
Una política legítima que incorporó un millón de hectáreas a la producción agrícola y aumentó el stock de capital en el agro, resultado de lo cual en las ciudades tuvimos abundante abastecimiento de comida barata, fue criminalizada y su artífice, el ministro Arias, acusado de delincuente de cuello blanco sin haberse robado un peso. A Bernardo Moreno lo meten a la cárcel por haber tenido una reunión en defensa de su honra hace dos años en presencia de periodistas. La política de seguridad democrática, la más querida por el pueblo, es víctima de un frente de guerra, ensamblado por los expertos en la combinación de las formas de lucha, como el señor Iván Cepeda, compuesto de jueces, fiscales, magistrados y colectivos de abogados, que tienen a nuestro Ejército replegado, y está probando ser letal para nuestra democracia.
Y para colmo de la abyección, a los hijos del presidente Uribe, dos jóvenes honestos que escogieron el difícil camino del emprendimiento en vez de abrevar en las mieles de la burocracia internacional o traficar influencias en los frívolos cocteles, se les quiere judicializar con el testimonio de un bandido que las políticas de su padre puso tras las rejas. Son estos ejemplos que ilustran la suplantación de la batalla de las ideas, propia de las democracias, por la de los fallos, que sólo pueden ser proferidos por una de las partes.
La guerra que se está librando desde la justicia contra el presidente Uribe es, en el fondo, una guerra contra el éxito, contra el progreso. Por eso si el presidente Santos no quiere que el suyo sea judicializado en el futuro, debe avocarse a emplear su popularidad para reformar la justicia. Lograr que jamás en Colombia se suplante las ideas por fallos, es un imperativo que tenemos todos los demócratas de Colombia. Lo que hizo Uribe por Colombia lo proyecta en la eternidad del bronce y el mármol. Pero de nada sirven los héroes broncíneos de la posteridad si ellos han muerto como villanos. 

Credito
FRANCISCO JOSÉ MEJÍA

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