El verdadero camino hacia la paz

La crueldad de las FARC es un océano sin orillas, su perfidia no se puede acotar. El asesinato de los cuatro miembros de la Fuerza Pública tras más de una década de vivir encadenados nos debe hacer reflexionar sobre quien era la contraparte en los diálogos del Caguan y de que amenaza nos libró el gobierno del presidente Uribe.

El gobierno de la seguridad democrática enfrento con decisión a los asesinos y le llevo la paz real a cientos de miles de colombianos. Basta recordar, a manera de ejemplo, como los terroristas de las FARC se enseñoreaban en la cordillera del Norte del Tolima maltratando a la comunidad y lanzando ataques desde allí sobre el valle del Magdalena, hoy se respira paz en esos campos. Igual ocurrió en Montes de María, en Cundinamarca o en Urabá, ¿pero por qué no se pudo erradicar el mal por completo? Porque los terroristas de uniforme y fusil son apenas una pieza subordinada del engranaje terrorista y no desaparecerán por completo hasta que no caigan las otras partes.

Colombia ha sido por más de cincuenta años una obsesión del comunismo internacional. Luego de décadas de lucha por someternos, un golpe de suerte les entregó a Venezuela y esto les dio un nuevo aire para abatirse sobre nuestra patria. El presidente Uribe, con el mandato del pueblo, derrotó el brazo armado de la máquina de terror del comunismo, pero nuestro aparato judicial, que no es elegido por el pueblo, no hizo lo propio con los camaradas de saco y corbata o de falda y turbante. De tal suerte que mientras a unos les caen bombas en sus escondites, a los otros les caen millones de dólares escondidos tras los derechos humanos, como ocurrió con el caso de Mapiripán. Mientras los unos ya no pueden capturar ni un soldado, los otros capturan a generales como Uscátegui o a héroes como el mayor Ordóñez. En conclusión, solo se acabaran las estructuras armadas como la Manuel Cepeda Vargas, cuando se judicialicen los Cepedas que las inspiran.


La seguridad democrática tampoco podía hacer mucho por evitar que nuestros vecinos cayeran en poder de los camaradas, pero el presidente Uribe sí tuvo una política internacional digna, que antepuso los valores democráticos a los mercantiles y con el operativo de Raúl Reyes notificó al terrorismo que la impunidad no estaba asegurada allende las fronteras. Hoy se abre una esperanza en Venezuela; se dice que el cáncer del dictador no tiene cura, ojalá que aquel que él sembró en la sociedad venezolana sí la tenga y la transición sea pacífica y en democracia.


La paz no se hace invitando a los terroristas de fusil a dialogar. La justicia social solo se logra en un ambiente de seguridad y persistiendo en las políticas del puro centro democrático. Jamás habrá paz mientras los tres bueyes del Estado no tiren armónicamente del arado para derrotar a los socios de civil del terrorismo y se proscriban las políticas internacionales complacientes con quienes los amparan. Si los tres bueyes no se unen, terminarán como los de la fábula de Esopo: devorados por el león que al ver que no podía con ellos juntos, se valió de astucias para hacerlos pelear, y así en desunión, se los tragó uno por uno.       

Credito
FRANCISCO JOSÉ MEJÍA

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