Diálogos para la guerra

Parece un mal sueño o una broma pesada que luego del gobierno del presidente Uribe los terroristas de las Farc estén, desde su ruina militar, moral y política, imponiéndole al país y al gobierno de Santos una agenda de diálogos.

Pero es real, es el camino equivocado y peligroso que el presidente Santos ha decidido transitar con su nuevo mejor amigo. Ahora se habla desde el alto gobierno de la necesidad de “hechos de paz”, cosa bastante peligrosa, ya que con esa lógica se podría interpretar la liberación de secuestrados como un gesto de paz sincero y caer en la trampa, pues ello realmente seria una movida estratégica en pos de un objetivo superior de la guerra; Recuperar el terreno militar y político a través de diálogos apaciguadores.

Serían tan nocivos unos diálogos con las Farc, que el solo hecho de que estén ahí como una posibilidad ha desencadenado una andanada terrorista que deja decenas de muertos y heridos y cuantiosos daños a la infraestructura nacional, especialmente en las aéreas de influencia de Timochenko en la frontera con Venezuela.


Esa ha sido la conducta de las Farc: siempre que haya un gobierno dispuesto a escucharlos, ellos se hacen oír con tiros y bombas que es el único lenguaje que conocen. Unos eventuales diálogos con las Farc, así pretendan ser secretos, no solo generarían un espiral de violencia, sino que les restituiría el terreno político perdido ante la comunidad internacional, pero además, desmoralizaría aun más a nuestro Ejército, ya bastante maltratado por el frente de guerra jurídico.


No hay nada que negociar con las Farc más allá de la logística de su desmovilización. Lo mínimo para ellos es el sometimiento a la justicia en el marco transicional de justicia y paz, lo contrario sería apartarse del estatuto de Roma para favorecer a criminales de guerra como son todos los jefes de esta organización.


Pero ese sometimiento es imposible mientras Venezuela y  Ecuador acojan a estos criminales como invitados de honor. Las Farc, despojada ya hace tiempo de cualquier legitimidad política y derrotada en los últimos años militarmente, debe ser combatida dentro de una estrategia de lucha antidrogas como la bacrim más poderosa.


La paz de Colombia pasa por ganarle la guerra al narcotráfico, que como toda guerra se puede ganar (o perder). La sangre de Luis Carlos Galán o la de Guillermo Cano no puede ser infecunda, como no lo fue la de Falcone y Borsellino en Italia.


Hay que perseverar en la lucha, y si no funciona, entonces hay que perseverar con mayor abnegación, ese es nuestro destino. En cuanto a los jefes terroristas, cuyas imposturas epistolares delirantes son tan celebradas por estos días por algunos sectores de la política como el pastranismo, caerán cuando esas dictaduras que los acogen sean removidas por los pueblos saturados de la ignominia.   


No sabemos cuáles cartas tenga Santos en su mano, lo sabe él, pero también su oponente, quien es Hugo Chávez como cabeza de las Farc, lo malo es que nuestro presidente no conoce las de Chávez, y si esta mano de póker le sale mal, como es lo más probable, nos habremos jugado la seguridad, la confianza inversionista y el avance social que con tanto sacrificio se logró en el gobierno de Álvaro Uribe.


Santos pareciera estar seducido por los laureles fáciles de una paz negociada con las Farc; como haría de falta que repasara a Churchill quien nos enseñó que la paz se consigue con “sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”.


Ese fue el camino que nos señaló el presidente Uribe y con el cual pasará a la historia como el verdadero pacificador de Colombia en los tiempos modernos. Ojalá esa misma historia no registre que a Colombia la gobernó un jugador de Póker, que en la mano definitiva, apostó al país y lo perdió.  

Credito
FRANCISCO JOSÉ MEJÍA

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