El estado de opinión y las listas uribistas

El presidente Uribe logró cambiar el país en sus ocho años de gobierno, pero algo que no cambió, pues no estaba en sus manos hacerlo, fue la manera en que se hace política. Sin embargo, forjó algo que sí tiene el potencial de hacerlo: El estado de opinión. Uribe lo definió como “el resultado del proceso histórico de cesión de derechos de la autocracia al pueblo”.

Es algo así como un proceso de retroalimentación basado en el dialogo y la confianza, entre el mandatario y el pueblo, que orienta la dirección de las políticas públicas. A Santos le tocó gobernar en ese estado de opinión que heredó de Uribe; sin embargo, a pesar de toda la mermelada del mundo y toda la borrasca publicitaria, lo chiflan en todas partes; ¿por qué? Porque se quebrantaron las dos condiciones necesarias para que un gobernante sea exitoso en un estado de opinión: el diálogo y la confianza. 

A los caciques políticos nunca les gustó el estado de opinión. Ellos son una especie de autócratas, en el sentido de que no se relacionan con los ciudadanos desde el diálogo y la confianza, sino desde sus necesidades inmediatas, razón por la que no tienen en cuenta la voluntad popular en el ejercicio de sus funciones públicas. Pero ellos también están sufriendo el rigor del estado de opinión; la favorabilidad del congreso es apenas del 25%.

Estamos listos, pues, para elegir a un congreso con voto de opinión. Pero no entendido como aquel que ejercen las clases más educadas. No, el estado de opinión extendió el alcance del voto de opinión a todos los estratos. Por eso los caciques políticos en general (congresistas de La U, conservadores etc) no querían a Uribe y aman a Santos; Uribe les debilitó su especie de poder autocrático en favor del pueblo, mientras Santos se los restituyó.

Ahora falta que las listas al Congreso del centro democrático estén integradas por candidatos que estén en consonancia con el estado de opinión. ¿Quién no quiere que se reforme la justicia en beneficio del ciudadano de a pie? ¿Quién no quiere que el congreso se reduzca a la mitad? ¿Quién no quiere que los congresistas sean probos servidores públicos y no reyezuelos de esos que insultan a la policía borrachos? ¿Quién no quiere que el congresista se consagre al estudio de las leyes y al control político y no al corretaje de la contratación pública? ¿Quién no quiere que desaparezcan del Congreso los delincuentes vinculados con narcos y paras? La inmensa mayoría de los colombianos quiere eso, y si los candidatos del Centro Democrático logran conectarse con el pueblo a partir del dialogo y la confianza, como lo hace Uribe, para representar ese clamor, tendremos un aluvión de votos, habremos logrado cambiar la política y el Centro Democrático será un partido histórico.

Pero para lograr que los candidatos generen confianza, ellos no podrán venir de la politiquería tradicional, ni mucho menos tener vínculos con la ilegalidad. Tendrá que ser gente nueva, incorruptible, de convicciones firmes, más allá de toda sospecha y con una gran vocación de servicio. Somos muchos los que hemos decidido participar en este proyecto porque confiamos en que esa es la dirección que va a tomar. El Centro Democrático tiene de dónde escoger, por eso no sería la escasez de candidatos lo que frustraría esta renovación, sería más bien la estrechez de perspectiva histórica lo que la truncaría. Una lista mezclada no se vale, con una manzana lo suficientemente podrida se podría minar la credibilidad de todos los candidatos, incluyendo al mismo presidente Uribe.

Ya el presidente Uribe hizo lo más importante, que fue consolidar el estado de opinión, y tiene el prestigio suficiente para impulsar esos nuevos liderazgos poniéndose a la cabeza de la lista al Senado, pero, además, tiene la experiencia amarga de que los politiqueros son amigos de ocasión. En fin, lo tiene todo para tomar las decisiones correctas, y cambiar, esta vez, no solo al país sino, también, a la política. ¡Que dios lo ilumine!

Credito
FRANCISCO JOSÉ MEJÍA

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