El señor del poder

Francisco José Mejía

Ramón del Valle Inclán decía que “la redención de los humildes hemos de hacerla los que nacimos con ímpetus de señores cuando se haga la luz en nuestras conciencias”, profunda reflexión alegórica a la conducta de quienes ejercen el poder frente a las personas más sencillas y carentes de poder alguno. Recordé esta máxima del poeta español a propósito del perdón y la retractación ofrecida por el presidente Uribe a las madres de Soacha por un trino suyo que podría ser ofensivo para ellas. Un gesto gallardo de un hombre que ha recibido todos los honores de la democracia para con unas madres humildes, cuyo dolor es incontrovertible.

Humilde con los humildes y altivo con los poderosos ha sido la regla de conducta del presidente Uribe. En su presidencia enfrentó a las ponderosas élites criminales del país representadas en las Farc y los paramilitares, y jamás se dejó chantajear por los caciques políticos, pero además asumió una actitud valerosa y digna ante la dictadura venezolana en el zénit de su poder, cuando el petróleo estaba a 120 dólares y la región se prosternaba ante el déspota. Pero todos los sábados, sin excepción alguna, se dejaba regañar pacientemente por los más humildes colombianos de ignotos municipios que jamás habían podido levantar su voz ante autoridad alguna. La confianza con el tiempo fue atenuando los regaños y el diálogo franco continuó con las comunidades y los sectores sociales. No tardaron los señores capitalinos de oscurecidas conciencias en acusarlo de microgerente, de peleón con los vecinos y de desinstitucionalizar el país, a pesar de que nunca antes en la historia moderna las encuestas reflejaban mayor aceptación de las instituciones colombianas.

Como contrasta esta actitud con la del presidente Santos, quien se ha mostrado altanero con los humildes y sumiso con los poderosos.

Se rindió ante la élite criminal más ponderosa del país a quienes entregó un triunfo impensable solo por el poder de sus fusiles, pone la cancillería de Colombia al servicio de una dictadura oprobiosa como es la venezolana, mientras se niega a tener el mínimo gesto humanitario de recibir a Lilian Tintori, y llena las arcas de poderosos caciques políticos que le entregaron el Congreso, pero abandona a las comunidades de Buenaventura y La Guajira, para mencionar solo dos, que no representan nada en su ajedrez político.

Pero todo esto tiene un límite, el desdén por los humildes, además de ser moralmente inaceptable, incuba fuerzas insospechadas e impredecibles. Ojalá en el 2018 esto cambie.

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